La náusea

jueves, 28 de agosto de 2008

La sangre de los otros: Libertad y compromiso


Maximiliano Basilio Cladakis

Introducción

Simone de Beauvoir publica La sangre de los otros en 1945, poco tiempo después de la Liberación. Si bien tal vez sea una de las obras menos reconocidas de la intelectual francesa (incluso en De Beauvoir por ella misma, donde la escritora habla de su vida y de su trabajo, dicho texto no se menciona ni una sola vez), esto no implica que no posea riqueza o profundidad. Por el contrario, creemos que posee ambas cualidades y las posee en dos sentidos. Por un lado, literariamente la novela es brillante. La caracterización de los personajes, la descripción de situaciones, el realismo de los diálogos, el ritmo in crescendo de la trama, son claros ejemplos de lo dicho. Por otro, tiene la virtud de “escenificar”, de “teatralizar” magistralmente y con sutileza tesis filosóficas representativas del existencialismo. Así como Sartre lo hizo en La náusea con las tesis ontológicas que luego sistematizaría en El ser y la nada; Simone de Beauvoir “noveliza”acerca de la libertad y del compromiso, problemas fundamentales de la filosofía de posguerra.

Los límites de la libre elección, lo dado de la facticidad, la relación con el otro y la violencia, la responsabilidad por uno mismo y por el resto de la humanidad, son, pues, temas que recorren la totalidad de la obra. Las tesis de Simone oscilan, en estos puntos, entre las de Sartre y las de Merleau-Ponty; por momentos parece que nos estamos acercando a El existencialismo es un humanismo, por momentos parece que lo estamos haciendo a Humanismo y terror o a La guerra ha tenido lugar. Precisamente el autor de estos últimos en una de las conferencias que daría en México habla sobre la novela descubriendo en ella la concepción de la libertad como empietement[1] .

La relación entre filosofía y literatura siempre ha sido compleja. Bernard-Henri Lévy dice en El siglo de Sartre que “todos los filósofos son escritores”[2]. Más allá de lo acertado o no de la frase, es indudable que en el caso de Simone de Beauvoir sí puede aplicarse perfectamente. Ella, al igual que su eterno compañero, hacía literatura y hacía filosofía, y muchas veces ambas se entremezclaban en una misma obra.

La imprenta: la materialidad del remordimiento

La sangre de los otros tiene como epígrafe una frase de Los hermanos Karamazov de Dostoievski : “Cada hombre es responsable de todo ante todos”. La responsabilidad, en efecto, será uno de los grandes temas del existencialismo y, por tanto, de la obra que ahora nos convoca. En El existencialismo es un humanismo Sartre sostiene que el hombre es libre y que, por tanto, es responsable por sus actos ante la humanidad. Para el autor de Los caminos de la libertad dicha responsabilidad engendra aquello que será inherente a la condición humana: la angustia. Juan Blomart, el protagonista de La sangre de los otros, padecerá esa angustia en carne propia siendo tal sentimiento una constante en toda su vida.

La novela sucede a dos tiempos. Hay un presente (ubicado en la Francia de la Ocupación) y un pasado reconstruido a partir de una serie de flash back, de recuerdos que Juan tiene a lo largo de la noche, en ambos “tiempos” Juan sentirá el peso de la responsabilidad. La primera “carga” se da en su niñez. Juan es el hijo del dueño de una imprenta; es, por tanto, un niño burgués. Su hogar es una casa burguesa, su entorno es un entorno burgués, sus padres son unos padres burgueses, los valores que le inculcan desde niño son valores burgueses. Lo “pautado” para él, su “destino” no es otro que el de ser un burgués. “Un día será tu casa”[3], le dice el padre señalando lo ineludible de su sino el cual se cierne como una fatalidad de la que no existe posibilidad de escapatoria.


Sin embargo, Juan observa que hay algo que “está mal”. Su casa se halla construida por encima de la imprenta, lo que le hace tener un contacto directo con el trabajo allí realizado y se percata entonces que los obreros de su padre y su padre no son lo mismo. Comienza a notar que los bienes de su familia, de su hogar se encuentran sustentados en las miserias de los otros, en la explotación de los otros. El hacinamiento, la alienación de los obreros es la fuente de riquezas de su familia y, por tanto, de las suyas. Juan siente remordimiento y ese remordimiento se encuentra materializado en los sonidos de máquinas, en los olores que llegan desde la imprenta. La casa representa el remordimiento, una sensación inconsciente que sólo tras varios años logrará inteligir. Cuando regresa a ella, tras unas vacaciones en las cuales este parecía haberse desvanecido, inmediatamente lo vuelve a encontrar “paciente, intacto”[4].

El mundo del pequeño Juan es el mundo forjado por el capitalismo. Hay ricos y hay pobres. El lujo de los primeros se sustenta en las miserias de los segundos. Juan no es el único que se da cuenta de ello; en su entorno familiar, incluso, se “sabe” lo que ocurre. Tanto su madre como su padre son conscientes del estado del mundo; sin embargo tanto la una como el otro aceptan las cosas tal cual son, como si efectivamente no hubiera alternativa posible, como si lo que ocurriera fuera algo “dado” sin más, de lo cual nadie es responsable. En Los comunistas y la paz Sartre dice: “Cuando los puritanos hubieran laicizado el comercio y la industria, fue necesario, en ese sector, reemplazar a Dios por una ley de bronce inflexible, esta ley devolvía la inocencia a los explotadores; justificaba el éxito; se podía probar, gracias a ella, que el rico era bueno y el pobre malo”[5]. La “mano invisible del mercado” justificaba la división en clases, los padecimientos de unos y la bienaventuranza de los otros. Si bien los padres de Juan no sostienen que los pobres sean malos, se esconden tras la inexorabilidad del sistema, aún cuando un remordimiento oculto los embriague, “saben” que no se puede hacer nada, que no hay nada mejor que lo que ya hay. Sartre dirá junto a Marx que las “leyes del mercado” no existen por sí mismas, que son el resultado de la praxis humana[6]. Juan comienza a ser consciente de esto, de que en todo lo que “es” hay una responsabilidad humana, que no hay “destino” (al menos no en sentido absoluto).

Pasa el tiempo y, ya adolescente, Juan se afilia al Partido Comunista. Si sentía el remordimiento de pertenecer a la clase de los opresores (remordimiento del cual en ese momento ya tiene plena conciencia de las causas), con esta elección “decide” ser parte de los oprimidos. Cree que al integrar un partido que defiende los intereses del proletariado, lavará sus “culpas”. Porque Juan siente culpa puesto que aun sin realizar de manera directa una acción de “explotación”, él se beneficia con las realizadas por su padre*. En esa pasividad, radica precisamente su culpa; al luchar de manera “activa” por los oprimidos se vería, al fin, libre del remordimiento. Sin embargo cuando visita a su amigo Marcelo y le habla de su decisión, se encuentra con una frase que le resulta perturbadora: “es imposible hacerse comunista”[7] . En efecto, lo dicho por Marcelo hace referencia a una situación real. El Partido Comunista es un partido de clase, en la cual el proletariado lucha por sus intereses contra su enemigo “natural”, la burguesía. La conversión de Juan al comunismo nunca podría ser “real” ya que él no es un obrero; por el contrario es un hijo de burgués. Los intereses de Juan, como integrante de una clase, son contradictorios con los intereses de la clase de la que quiere ponerse al lado.

Lo dicho por Marcelo, le hace tomar al protagonista una nueva decisión: él, Juan, el burgués, se hará obrero, se elegirá libremente a sí mismo, negará toda determinación. Para ello comienza a trabajar en la imprenta de su padre, aprende un oficio, se rodea de obreros intentando ser uno más de ellos. Al cabo de dos años, la preparación concluye. Juan se siente un obrero, deja su casa y con ella todos los bienes surgidos de la explotación, de la opresión capitalista, busca una nueva imprenta en la cual desarrollar su trabajo para no contar con ninguna ventaja por sobre los demás obreros. Corta relaciones con su padre y con su madre.

Como hiciera luego de afiliarse al Partido Comunista, Juan va a lo de Marcelo y le cuenta que acaba de dejar su “vida burguesa atrás”. El amigo dice no entender la elección de Juan e, incluso, afirma que es algo inútil ya que nunca podrá ser un obrero más. “Siempre se abrirá un abismo entre un obrero y tú; escoges libremente una condición que a él le imponen”[8]. En efecto, la cultura, las formas, los amigos, hasta la salud misma de Juan revelan su origen burgués. Juan, además podrá padecer todo lo que padece un oprimido pero la gran diferencia será siempre que él optó mientras los demás nunca pudieron hacerlo. El ser obrero fue y es para ellos una fatalidad; para él una elección. “Pero al menos habré hecho lo que pude”[9], le responde Juan.

En este diálogo Simone de Beauvoir resume el planteo del problema. Por un lado Marcelo señala la facticidad de una situación; Juan es un burgués, no decidió serlo, pero lo es y aunque renunciara a ello, su propio cuerpo (en tanto cuerpo sano) “encarna” los beneficios de la burguesía. Juan acepta, a pesar suyo, la verdad de lo dicho por su amigo. Esto lo lleva a reconocer un límite para su libertad; no puede negar su pasado, ni su origen. Su situación de burgués (o “ex-burgués”) le fue dada de antemano; sin embargo él elige dentro de esta situación. Y lo que elige es estar lo más cerca posible del proletariado, del oprimido, aunque nunca sea él plenamente un proletario.



Jacobo y Helena: los rostros del empietement

Anteriormente hicimos mención del empietement como concepto que Merleau-Ponty descubrirá en La sangre de los otros. La palabra en francés designa algo así como “invasión”. En efecto, para Merleau-Ponty ella será el rasgo propio de la intersubjetividad; una invasión hacia el otro a la vez que ese mismo otro me invade a mí, una invasión dialéctica a través de la cual mi existencia y la del otro se entrelazarán desde lo más íntimo de su ser.

Esa invasión, ese empietement, está presente en la novela desde su título mismo. La sangre de los otros, es decir, la sangre que los otros derraman por Juan Blomart, la sangre de la que el protagonista es, de una u otra manera, responsable. Sartre sostenía que toda elección involucraba al otro. En la obra de Simone de Beauvoir, tal tesis aparece expuesta en primer plano. Jacobo y Helena representan las caras visibles de lo ineludible del compromiso, el estar “inserto” en un mundo en el cual el otro siempre está ahí y al cual mi existencia le afecta más allá de mi voluntad.

Jacobo comienza a militar en el Partido Comunista movido por la admiración que Juan le provoca. Este se vuelve algo así como su mentor en el quehacer político. Algo más joven que él, lo acompaña a reuniones sindicales y partidarias. Se lo ve algo ingenuo pero seguro en su deseo de militar. Antes de una de estas reuniones, presintiendo una pelea a gran escala, Juan le entrega un arma por si se viera obligado a defenderse. “Parece un juguete”[10], dice Jacobo cuando toma el revolver. Efectivamente esa noche hay una pelea. Jacobo muere en esa pelea. Juan se sabe responsable de esa muerte. Él había ejercido una influencia para que el joven militara e, incluso, había sido él quien le había dado el arma. Siente, por tanto, que él hubo decidido su muerte. Obviamente, no había sido su intención; sin embargo se percata que al realizar una acción se es responsable de las consecuencias que esta acarree, aun cuando dichas consecuencias no hubieran sido intencionales. Ya cuando Jacobo le contó su decisión de afiliarse al Partido, Juan “comenzaba a sospechar que nada ocurre como se desea”[11]. La muerte de Jacobo es la corroboración de su sospecha. Precisamente, Merleau- Ponty menciona esta tesis de la responsabilidad tanto en Humanismo y terror como en Las aventuras de la dialéctica. Todo acto tiene consecuencias que no pueden preverse, hay un punto ciego que escapa a la vista del individuo. El autor de Fenomenología de la percepción menciona al respecto una oposición entre “una moral de la responsabilidad que juzga, no según la intención sino según las consecuencias de los actos, y una moral de la fe o de la conciencia que coloca en el respeto incondicional de los valores, sean cuales fueren las consecuencias”[12]. No era la intención de Juan que Jacobo muriera, pero sus actos tuvieron como consecuencias dicha muerte.

Este acontecimiento implica un cambio en la forma de ver la vida en Juan. El sentirse responsable de la muerte de Jacobo, lo lleva a “decidir” que no realizará jamás una acción que involucre al otro. Todo lo que haga, lo hará en tanto las consecuencias lo afecten sólo a él, nunca “decidirá” por otro. Incluso deja el Partido Comunista y pasa a formar parte de la corriente gremialista.

Por un tiempo parece que está logrando su deseo. Pero entonces aparece Helena. Ella es la “novia” de Pablo, un militante del Partido. Por casualidad conoce a Juan y termina enamorándose de él. Sin embargo, este intenta serle totalmente indiferente, pasar desapercibido, que su existencia no influya para nada en la de ella. Con todo, no puede evitar que Helena se sienta atraída por él; ella lo busca, lo sigue. Juan no se atreve a rechazarla de manera directa, continúa siendo educado y formal, comportándose de una manera tal que no la atraiga más pero que tampoco la hiera. En un momento explicándole la diferencia entre los comunistas y la línea gremialista le dice que “los comunistas miran a los hombres como peones en un tablero de ajedrez, se trata de ganar la partida; los peones no tienen importancia por sí mismo”[13]. En una charla con Marcelo, él dice, además: “la política es el arte de influir sobre los hombres”. Juan no quiere eso, la política lo llevó a “asesinar” a un joven inocente. Si está en el gremialismo es porqué “no debía escoger por otros, no decidía nada, cada miembro del sindicato conocía su propia voluntad en la voluntad colectiva”[14]. Esa misma actitud la traslada al ámbito personal. No quiere influir sobre nadie, ni sobre sus compañeros, ni sobre Helena.

Finalmente Helena deja a Pablo y se lo dice a Juan; le dice, además, que es por él y que jamás dejará de acecharlo. Juan se siente incomodo y le dice que es necesario que no se vuelvan a ver. “Jamás lo olvidaré; solamente que eso no le importa. En cuanto no oiga hablar más de mí, su conciencia quedará tranquila aunque yo sea desdichada como las piedras”[15]. Luego se va de la casa de Juan dando un portazo.

Llena de rencor se entrega a un hombre, como en un acto de venganza hacia Juan. Queda embarazada y decide abortar. Una amiga de ella, le informa a Juan de la situación y le pide que el aborto se realice en su casa. Juan acepta y cuida de Helena. Se da cuenta, entonces, que lo hizo por él. Por lo tanto es responsable de la desgracia de ella. Intentó no comprometerse, no hacer nada, no decidir sobre su vida; sin embargo el solo hecho de existir implica estar ya comprometido de manera inexorable. “Yo no elegí ser, pero soy. Un absurdo responsable de sí mismo”[16].

El problema de la existencia queda entonces planteado de manera clara. Juan “es”, existe, y en el hecho de existir está implicado siempre el otro. Soy responsable del otro, aun cuando “no haga nada”, ya que mi existencia esta entrelazada con él. En efecto, tal como lo plantea Merleau-Ponty mi existencia atraviesa, invade, usurpa la existencia del otro de la misma manera en que la del otro lo hace con la mía. No hay por tanto un cógito aislado que sea de manera independiente, y tampoco un “alma bella” que pueda mantenerse “limpia” del compromiso. En lenguaje coloquial podríamos decir que existir implica ya “embarrarse”. Dicha problemática estará muy presente en Sartre tanto en sus obras teóricas como en sus textos literarios. Podríamos citar dos ejemplos muy claros. Por un lado, el caso del alumno mencionado en El existencialismo es un humanismo, donde un joven se enfrenta a la encrucijada de partir hacia la guerra en defensa de la patria o de quedarse junto a su madre anciana, la cual no tiene a nadie más en el mundo. No hacer lo primero implicaría convertirse en un desertor, en un traidor, no hacer lo segundo implicaría que su madre muy probablemente muriera. El alumno no eligió esa situación, pero debe optar por una de estas alternativas; en la elección que realice está ya comprometido el otro, su elección trasciende el ámbito individual. Por otro lado, en Los caminos de la libertad, Mateo, el protagonista, también padecerá encrucijadas similares. En el primer tomo de la obra, La edad de la razón, deberá lidiar con un embarazo no querido. Su intención de mantener las distancias con Marcela, su amante, se verá coartada. Ella culminará siendo una “víctima” de la libertad de Mateo, así como Helena es una víctima de Juan.

La Ocupación: violencia e historia

Si Jacobo y Helena representan las caras visibles del empietement, el ámbito personal del quiasmo en la vida de Juan, hay dos hechos que señalarán esta cuestión en el ámbito de lo colectivo: la Guerra Civil Española y el estallido de la Segunda Guerra Mundial. En el punto anterior mencionamos que, tras la muerte de Jacobo, Juan decide no influir sobre nadie. El aniquilamiento sistemático de los republicanos a manos del falangismo, lo pone en una nueva encrucijada. Pues los republicanos piden ayuda a Francia (a la Francia liberal, republicana y democrática, es decir, a la Francia de la que esperaban recibir algún tipo de ayuda); Juan como dirigente sindical debe de optar por la posición que tomará su agrupación. Su opción recae por la no intervención ya que realizar una huelga pidiendo que Francia intervenga sería decidir por la vida de los otros. “Yo también deseaba con todas mis fuerzas la derrota de los moros de Franco; pero a ese deseo solitario, a esa íntima conmoción de mi carne, no le reconocía el derecho de mostrar una voluntad que se impusiera a mis camaradas”[17]. Finalmente Francia no interviene.

Con la ocupación alemana de Checoslovaquia ocurre lo mismo. Un tratado instaba a que en caso de una invasión Francia e Inglaterra intervengan en la defensa de la soberanía de dicha nación. Hitler avanza sobre los Sudetes. Se movilizan algunas tropas; pero finalmente Francia no entra en guerra, dejando con ello avanzar el nazismo[18]; Juan también continúa eligiendo la paz.

La gente festeja en las calles que la guerra “no haya tenido lugar”. Helena dice: “Verdaderamente, hubiera sido estúpido hacerse matar por los checos”[19]. Al oírla, Juan medita: “En Viena, los judíos lavaban las veredas con ácidos que les quemaban las manos, bajo la mirada burlona de los transeúntes; no íbamos a hacernos matar por eso; ni para impedir en las noches de Praga el sordo estallido de los suicidios; ni para prevenir esos incendios que alumbrarían pronto las aldeas de Polonia”[20]. La decisión de no entrar en guerra implica, por tanto, estas consecuencias; el “no hacer” es también un “hacer”. Francia elige la “paz” pero esa “paz” conlleva la expansión de los campos de concentración por todo el mundo. Juan lo sabe y lo padece; al manifestarse en contra de la guerra está siendo responsable de los horrores del nazismo. Sus manos vuelven a mancharse de sangre.

Simone de Beauvoir nos está hablando aquí de la violencia y de cómo en determinadas situaciones es imposible evitarla. La no resistencia al mal es hacer que el mal se siga perpetrando, “dar la otra mejilla” puede implicar que el agresor siga golpeando. La existencia individual está inserta en el devenir histórico; por más que se la niegue moralmente, la violencia “es” en la facticidad del mundo. Sartre, hablará, por tal motivo de una violencia legítima y de una violencia ilegítima. Para el autor de La náusea la violencia del oprimido frente al opresor será legítima ya que dicha violencia es liberadora. Conocida es la máxima aparecida en el prólogo al libro de Fanon en donde se afirma que un colonizado se humaniza cada vez que mata a un colonizador. En Humanismo y terror Merleau-Ponty también sostendrá la diferenciación entre dos tipos de violencia: una violencia que se realiza para seguir manteniendo la violencia; otra que se realiza para terminar con todas las violencias. La primera es la violencia del liberalismo, el cual “se asienta sobre el trabajo forzado de las colonias y sobre veinte guerras”[21]; la segunda es la violencia marxista que se enfrenta a la violencia establecida. “La cuestión por el momento no es saber si se acepta o se rechaza la violencia sino si la violencia con la cual se pacta es progresista y tiende a suprimirse o si tiende a perpetuarse”[22]. Es importante señalar la palabra utilizada por Merleau-Ponty, “pactar”. Precisamente, todo posicionamiento implica un pacto. ¿Un pacto con quien? Con las fuerzas que están en disputa. La “no violencia” en ciertas circunstancias puede significar “pactar” con el que ejerce la violencia de manera más salvaje. Unos renglones atrás mencionamos el libro de Fanon. Este texto trata sobre la guerra argelina. Argelia era una colonia francesa, los colonizados se levantan contra los colonizadores, lo hacen con violencia, con armas en las manos, se suscita una carnicería. A diferencia de otros intelectuales que pedían un cese del fuego de ambas partes, Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir reclaman por la independencia de la colonia. Para ellos pedir un cese el fuego, inclinarse hacia la “no violencia” conllevaba a revalidar la violencia colonizadora. Si la guerra terminaba allí para que las cosas siguieran como antes, no se hubiera optado por la paz sino por el mantenimiento de la explotación, la cual es una de las formas más crueles de violencia.

Ahora bien, finalmente Alemania invade Francia. Lo que tanto querían evitar los franceses, se vuelve una realidad descarnada. Los tanques alemanes, las cruces esvásticas, la parafernalia nazi invaden las calles de París. Juan y sus camaradas sindicalistas se habían comprometido con la paz, querían evitar la guerra a toda costa. Esto no sólo no sirvió de nada sino que, tal vez, haya favorecido la invasión. Con cada paso que daba, Hitler fue haciéndose más poderoso; nadie lo detuvo en un primer momento, mientras crecía, ahora ya estaba allí imparable, triunfante, inexpugnable. Francia actuó de manera indigna y eso no la “salvó” del Horror. Juan lo sabe; por tanto, el remordimiento lo envuelve y se percata de que es imposible escapar de la responsabilidad, que tanto si actúa como si no lo hace siempre será responsable del derramamiento de sangre ajena. Siempre hará que mane la sangre de los otros.

Frente a la ocupación, hay dos posicionamientos: la Resistencia o el Colaboracionismo, entre ambas no hay nada, no existe una tercera opción, las cosas son “blancas” o “negras”. En efecto, no luchar contra el nazismo es estar colaborando con él. Sean cuales sean las intenciones de quien proponga la paz durante la ocupación, las consecuencias siguen siendo las mismas. En La guerra tuvo lugar Merleau-Ponty habla del “advenimiento” de la historia en Francia con la ocupación y de la manera en que esto implicó un quiebre con la forma de comprender la vida para los franceses. “Habíamos secretamente decidido ignorar la violencia y la desgracia como elementos de la historia, porqué vivíamos en un país demasiado feliz y demasiado débil para poder ni tan sólo otearlas”[23]. Con la llegada de los nazis, llegó la historia y esta mostraba que había violencia y que era imposible escapar de esta. No había meras conciencias “libres” y racionales, sino “alemanes”, “franceses”, “prisioneros”, “soldados”, y se debía optar de que lado estar.

Ya consciente de esto, Juan se une a la resistencia. Se vuelve autor intelectual de una serie de atentados. Se compromete con la causa y decide por la vida de otros hombres ya que sabe que no puede hacer nada para evitarlo. Helena también milita con él. Y es precisamente en una acción contra los alemanes donde es herida de muerte. Justamente la novela termina con la agonía de esta, mostrándonos que toda existencia está entrelazada con las demás, que las elecciones personales se entrecruzan y deciden por la vida de los demás, que entre lo personal y lo colectivo tal vez no haya más que una línea ficticia. En suma, que somos históricos y que debemos “hacernos” en la historia.

Conclusión

Al comienzo de este trabajo dijimos que en La sangre de los otros Simone de Beauvoir teatralizaba las tesis representativas del existencialismo. En efecto, hemos visto que las desventuras de Juan nos colocaban frente al dilema de la existencia, frente a las ambigüedades que implica ser fácticamente en el mundo.

Por un lado, ni Juan ni nadie elige nacer, como así tampoco ni Juan ni nadie elige donde hacerlo, si en una familia rica o en una pobre, en una burguesa o en una proletaria; somos “arrojados al mundo” de manera fáctica, es algo que se da a pesar de nosotros mismos. Pero eso no nos libera de la responsabilidad ya que es a partir de esa facticidad desde donde debemos elegirnos a nosotros mismos. Hay algo dado y nuestra libertad opera dentro de los límites de aquello que no elegimos y que tampoco podemos cambiar. Lo dado condiciona nuestra libertad pero, a su vez, la posibilita. La libertad humana no es absoluta, es una libertad en situación.

Este “ser en situación”, por su parte, nos pone siempre en relación con los otros. Hicimos mención a la tesis merleau-pontyana de la intersubjetividad como empietement. Estar en mundo es estar en un mundo donde los otros “son”. Mi vida y la de ellos se entrelazan no pudiendo ser ni la una ni las otras sino en mutua reciprocidad, condicionándose de manera dialéctica. Jacobo y Helena se “hicieron” a partir de Juan, de la misma forma en que Juan se “hizo” a partir de ellos. El sueño cartesiano de una conciencia aislada, acabada en sí misma, que existe independiente del mundo, se presenta, entonces, sólo como eso: un sueño. Soy en el mundo y en ese mundo está el otro. Tomo decisiones y en esas decisiones no puedo evitar comprometerme con el otro puesto que él está ahí, formando parte de mí de igual forma en que yo formo parte de él.


Este entrelazo demuestra el carácter histórico del hombre. Es en la historia donde nos realizamos y este punto es fundamental en la novela. La situación, muchas veces supera las valoraciones morales “abstractas”. Alguien puede sostener la paz como valor absoluto e irrenunciable; sin embargo la “fuerza de las cosas” puede llevar a que comprometerse con la “no violencia” sea comprometerse con la legitimación de un tipo determinado de violencia. Las fuerzas “históricas”, colectivas y anónimas hacen un mundo que yo no elegí pero del cual soy responsable y en el que muchas veces me veo obligado a optar entre dos posibilidades, de las cuales quizá no me guste ninguna. Esto tal vez pueda pensárselo como la tragedia misma de la existencia; aunque a decir verdad en el existencialismo no hay tragedia en el sentido técnico de la palabra, puesto que si hubiera una fatalidad inexpugnable podría, al menos, sentirme algo liberado del peso de la responsabilidad.

Marx dijo que “las circunstancias hacen a los hombres no menos que los hombres hacen a las circunstancias”[24]. Si comprendemos la frase en todo su rigor dialéctico (es decir en la mutua reciprocidad entre el ser de las circunstancias y el ser de los hombres), podríamos decir que ella subyace como idea base de la novela. Y no sólo de ella, sino también de gran parte de la literatura existencialista (no por nada Sartre volverá a ella una y otra vez).

Bibliografía:

- De Beauvoir, Simone, La sangre de los otros, trad: Ferro, Helen, Siglo XX, Buenos Aires, 1967.

- Sartre, Jean-Paul, El existencialismo es un humanismo, traducción: Patri de Fernández, Victoria Sur, Buenos Aires.


- Lévy, Bernard-Henry, El siglo de Sartre, trad: Vivanco, Juan, Ediciones B, Barcelona, 2001.

- Sartre, Jean-Paul, Problemas del marxismo 1, Martínez Alinari, Josefina, Losada, Buenos Aires, 1968.

- Merleau-Ponty, Maurice, Humanismo y terror, trad: Rozitchner, León, Leviatán, Buenos Aires, 1956.

- Merleau-Ponty, Maurice, Sentido y sinsentido, Montero, Fernando , Barcelona, Península, 1977.

- Saint Aubert, Emmanuel de, Du êtres aux éléments de l´être, Vrin, Paris, 2004.

- Marx, Karl; Engels, Friedrich, La ideología alemana, Trad: Roces, Wenceslao, Santiago Rueda, Buenos Aires, 2005
[1] Saint Aubert, Emmanuel de, Du êtres aux éléments de l´être, Vrin, Paris, 2004, p. 72.
[2] Lévy, Bernard-Henry, El siglo de Sartre, trad: Vivanco, Juan, Ediciones B, Barcelona, 2001, p. 65.
[3] De Beauvoir, Simone, La sangre de los otros, trad: Ferro, Helen, Siglo XX, Buenos Aires, 1967, p.11
[4] Ibid.
[5] Sartre, Jean Paul, Problemas del marxismo 1, Martínez Alinari, Josefina, Losada, Buenos Aires, 1968, p. 81.
[6] En La crítica de la razón dialéctica hablará de lo “práctico-inerte”.
* En el prólogo a Los condenados de la tierra de Franz Fanon, Sartre también menciona una “culpa pasiva” de todos los franceses por los estragos realizados por el Ejército de Francia en Argelia en tanto son ellos quienes viven y gozan de los beneficios de las políticas imperialistas.
[7] La sangre de los otros, p. 18
[8] La sangre de los otros, p. 28
[9] Ibid., p. 28.
[10] La sangre de los otros, p. 33.
[11] Ibid. P. 29.
[12] Merleau-Ponty, Maurice, Humanismo y terror, trad: Rozitchner, León, Leviatán, Buenos Aires, 1956, p. 32.
[13] La sangre de los otros, p. 55.
[14] Ibid., p. 56.
[15]Ibid., p. 85.
[16] Ibid., p 100.
[17] La sangre de los otros, p. 104.
[18] El segundo tomo de Los caminos de la libertad, El aplazamiento, narra aquellos cinco días de 1938 en los que los franceses se movilizaron creyendo que iban a entrar en guerra.
[19] La sangre de los otros, p. 122.
[20] Ibid.
[21] Humanismo y terror, p. 43.
[22] Ibid.
[23] Merleau-Ponty, Maurice, Sentido y sinsentido, Montero, Fernando , Barcelona, Península, 1977, p. 211.
[24] Marx, Karl; Engels, Friedrich, La ideología alemana, Trad: Roces, Wenceslao, Santiago Rueda, Buenos Aires, 2005, p. 40.

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