Ponencia presentada en las Jornadas sobre Reflexión Política “¿Qué sentido tiene la política hoy?” realizadas en la Escuela de Humanidades de la UNSAM.
Maximiliano Basilio Cladakis
Introducción
La pregunta que nos convoca es una pregunta fundamental. Pues, se encuentra compuesta por tres conceptos inherentes a la condición humana: sentido, política y temporalidad histórica. Tal vez podríamos agregar un elemento más: junto al “hoy” podríamos mencionar el “aquí”. Es decir, si planteamos la pregunta en su dimensión histórica, deberíamos señalar, junto al tiempo presente, el espacio, el lugar, desde el cual nos interrogamos acerca del sentido de la política. Nuestra situación histórica se encuentra comprendida a partir del entrecruzamiento del espacio y del tiempo. Nos encontramos pensando en la agonizante primera década del siglo XXI; pero lo hacemos desde Argentina. Esto implica pensar desde América Latina; por lo que la pregunta por el sentido de la política, realizada por nosotros, puede llegar a adquirir una dimensión nueva, distinta a la de otras regiones del mundo.
El tema de nuestra ponencia es “Sartre: compromiso y ser en situación”. Alguien podría notar una contradicción entre las palabras recién mencionadas y este título. Hablamos de un pensar que se sitúe en nuestra condición de latinoamericanos para luego entregarnos a la exposición de un filósofo europeo. Sin embargo, dicha contradicción es aparente. No se trata de buscar en un autor una verdad revelada, ni mucho menos. Se trata de valernos de un autor a modo de una herramienta para poder orientarnos, de apropiarnos de su pensamiento para poder interpretarlo e interpelarlo a la luz de nuestra propia situación histórica. Puede tratarse de Sartre, o de Hegel, o de Descartes, o de Kant, o, incluso, de Platón y Aristóteles. Con todo, la obra de Sartre posee dos particularidades que nos motivan a considerarlo como una posibilidad de orientación. Por un lado, Sartre piensa al hombre, no desde una dimensión abstracta, sino desde su ser concreto, desde su situación histórica, atravesado por fuerzas materiales y espirituales, es decir, atravesado por la Historia misma. Por otro, él ha sido uno de los primeros filósofos que ha trabajado y escrito sobre el tercer mundo, y eso nos compete. Porque hablar de Argentina, es hablar, también, del tercer mundo.
La condición humana
Con el concepto de “condición humana” Sartre intenta comprender las estructuras de la existencia humana concreta sin incurrir en el esencialismo. Precisamente, una de las tesis fundamentales de la filosofía sartreana es que, en el hombre, la existencia precede a la esencia. Esto significa que el hombre no posee un ser anterior a la existencia, sino que viene al mundo siendo nada y que, a partir de su propia existencia, se hace a sí mismo a través de sus acciones. Esto significa que el hombre es un ser distinto, por ejemplo, a los objetos producidos por la técnica. Sartre menciona el caso del cortapapeles: antes de su existencia, este objeto ya posee una esencia que se encuentra en la mente del artesano, tiene una forma y una función antes de existir, tiene un ser que precede a su existencia. No ocurre así en el caso de la existencia humana; existimos y luego somos.
Si bien el concepto de “condición humana” implica límites a priori y universalmente compartidos por todos los hombres, no se debe confundir este concepto con el de “naturaleza humana”. Precisamente, en El existencialismo es un humanismo, Sartre contrapone ambos conceptos. El de “naturaleza humana” hace referencia a una naturaleza o esencia que compartirían “(…) tanto el hombre de los bosques, el hombre de la naturaleza y el burgués (…)”[1]. Se trataría de un “Hombre Universal” del que cada hombre no es más que un ejemplo particular. Las filosofías que sostienen este tipo de tesis son filosofías esencialistas ya que habría una “esencia” humana que determinaría al hombre antes de su existencia fáctica. La “naturaleza humana” otorgaría un ser al hombre anterior a su existencia concreta. Por su parte, con el concepto de “condición humana”, se hace referencia a ciertos rasgos invariables que configuran la situación del hombre en el mundo pero que, de ninguna forma, son portadoras de ser; sino que se trata de estructuras en las que el hombre se elige libremente.
Cuando Sartre habla de condición humana no apela a ningún “sujeto universal”; por el contrario, reconoce que sólo existen hombres particulares. No se trata del “Hombre”, simple abstracción, sino de los hombres, de cada hombre concreto, en una situación particular, dentro de una cultura determinada, miembro de una u otra clase social. No existe el “Hombre” como tal. Existe este hombre, proletario francés, aquel hombre, burgués alemán, aquel otro hombre, campesino chino. Los rasgos invariables que ellos comparten son la necesidad de estar en el mundo, junto y frente a los otros, de transformar la naturaleza por medio del trabajo y de morir. El mundo, los otros, el trabajo y el ser mortal, son, por lo tanto, invariables que constituyen la condición humana.
Si bien se trata de determinaciones ontológicas; ellas no representan ningún tipo de anulación de la libertad; sino, más bien, lo contrario. Es decir, son su condición de posibilidad. Así como reniega de la posibilidad de pensar al Hombre de manera abstracta, Sartre reniega, también, de concebir la libertad abstractamente. Dijimos, unos párrafos atrás, que el hombre se elige libremente sobre estas estructuras que constituyen la condición humana. En efecto, la libertad humana es una libertad concreta. Es “este” hombre en “esta” situación el que es libre. Elijo, y me elijo, en una situación determinada, condicionado por factores que me exceden y que yo no elegí, que, incluso, puedo detestar o abominar. Precisamente, la libertad, para Sartre, es la posibilidad de superar lo dado, el factum en el que me encuentro, no apelando a otra cosa más que a mi propia libertad. Al no haber una naturaleza o esencia humana a las que acudir, la transformación del mundo implica, siempre, un acto de libertad.
El compromiso político
La concepción sartreana de la condición humana define al hombre como ser-en-situación. Con respecto a la situación, Sartre señala que esta se encuentra constituida tanto por factores externos como por el sentido que yo le adjudico a dichos factores. En uno de los artículos que conforman el texto ¿Qué es la literatura?, se dice al respecto: “el hombre no es más que una situación; un obrero no tiene libertad para pensar o sentir como un burgués, pero para que esta situación sea un hombre, todo un hombre, hace falta que sea vivida y dejada atrás hacia un fin determinado” [2]. Si bien yo soy una situación, mi libertad conlleva a la superación de dicha situación; de esta manera, me supero a mí mismo tanto como supero aquello dado, y configuro así nuevas situaciones a superar. La libertad opera en la transformación del mundo, transformación que, a su vez, conlleva también a mi propia transformación.
Esto implica que me encuentro absolutamente comprometido con la situación en que me hallo, ya que soy yo mismo dicha situación. El compromiso con la situación significa, por su parte, estar comprometido con los otros, porque mi situación se encuentra configurada también por ellos. Estoy en una situación determinada, soy una situación determinada, y en esta situación hay otros hombres. Cuando supero mi situación a partir de mi libertad, estoy involucrando también a los demás hombres. Por lo que mis elecciones no me competen sólo a mí mismo, sino a toda la humanidad. En El existencialismo es un humanismo, Sartre afirma: “(…) el hombre que se compromete y que se da cuenta de que es no sólo el que elige ser, sino también un legislador, que elige, al mismo tiempo que a sí mismo, a la humanidad entera, no puede escapar al sentimiento de su total y profunda responsabilidad”[3].
Si el compromiso y la responsabilidad son totales, la política se presenta, entonces, como un factor ineludible de la existencia humana. Para Sartre, pues, no existe la apoliticidad; por el contrario, todos nosotros nos encontramos comprometidos políticamente. Precisamente, cuando critica a Flaubert por no “tomar posición” sobre hechos de tal magnitud como la Comuna de Paris, lo que en verdad está criticando es su posicionamiento, ya que el no comprometerse implica un compromiso. En el caso de la Comuna , que un escritor no haya, por ejemplo, denunciado la brutal represión ejercida sobre el proletariado parisino implica la complicidad con los ejecutores de la represión.
Sartre toma como ejemplo, también, la pasividad de algunos franceses durante la ocupación nazi. Aún no siendo un militante germanófilo, no realizar ninguna tarea contra los invasores alemanes, incluso cuando se alegue un repudio a la guerra y una adhesión al pacifismo, se está pactando, se está comprometiendo con el nazismo. No actuar es también actuar.
Sin embargo, a partir de esto, no debe comprenderse que el compromiso político conlleve necesariamente al compromiso partidario. De lo que habla Sartre es de asumir la manera en que nos comprometemos con nuestra situación. Las fuerzas históricas exceden nuestra voluntad, muchas veces nos encontramos inmersos en un contexto que no elegimos pero en el que estamos condenados a elegir entre posibilidades que se hayan lejos de poder ser consideradas ideales. La Historia puede llegar a arrebatarnos y a obligarnos a optar entre una u otra opción cuando podemos no desear ninguna de ellas, sino una tercera inexistente.
Los comunistas y la paz es un texto muy claro a este respecto. En él, Sartre realiza una defensa del Partido Comunista, luego de que este sufriera una dura represión por parte del Estado Francés. Si bien Sartre nunca se adhirió al PC, e incluso llegó a ser muy crítico de algunas de sus posiciones, se da cuenta que, en ese momento histórico, las posibilidades de elección eran, o bien apoyar a los comunistas, o bien estar con la derecha. Era 1952, pleno macartysmo, el Plan Marshall había convertido a Europa en aliada incondicional de Estados Unidos: por un lado, el aparato coercitivo del Estado estaba desplegando todas sus fuerzas contra el comunismo; por otro, la prensa y los medios, se encargaban de realizar lo que Gramsci llamaba dominación ideológica. Dados estos polos de tensión, Sartre opta por apoyar a los comunistas, aún cuando aclarase que él no lo era. Precisamente, a lo largo del texto, dirá, más de una vez, que este no está dirigido a la derecha, sino a la izquierda anticomunista, la cual, al centrar sus críticas en el Partido Comunista, terminaba por ser funcional a la derecha.
Argelia y el Tercer Mundo
Al comienzo de nuestra ponencia, dijimos que Sartre fue uno de los primeros filósofos en pensar la situación del Tercer Mundo. Sin embargo, no sólo se encargó de pensar, sino que, en concordancia con lo dicho sobre el compromiso, también se comprometió políticamente con los movimientos de liberación nacional surgidos en dichas regiones. Cuba, China, Vietnam y Argelia, son los casos más conocidos. Debido a este último, es decir, al caso de Argelia, Sartre llegó, incluso, a poner en riesgo su vida, ya que la derecha pro-militarista intentó perpetrar un atentado en su casa, del cual, afortunadamente, salió ileso.
El compromiso con los movimientos independentistas argelinos, llevó a Sartre a pensar la particularidad histórica del tercer mundo y de las políticas coloniales. A diferencia de las relaciones entre las naciones del primer mundo, las relaciones entre las potencias y sus colonias, no implican ningún beneficio para estás últimas. Por el contrario, representan el empobrecimiento del nivel de vida de los nativos. Por ejemplo, los cultivos realizados por los franceses en las tierras argelinas, no tenían como fin la satisfacción de sus necesidades. Los cultivos de cereales (que servían para el consumo de los nativos), tras la colonización, fueron desplazándose cada vez más hacia el desierto, mientras el cultivo de la vid crecía vertiginosamente. La población nativa de Argelia era, en su mayoría, musulmana y, como se sabe, los practicantes de esta religión no consumen alcohol. La tierra que trabajaban no producía nada para ellos, sino tan sólo para sus opresores.
Esto se corresponde a una dinámica propia del sistema colonial. Cuando una nación poderosa se entrega a las políticas coloniales, lo hace con dos objetivos complementarios. Por un lado, para obtener materia prima a bajo costo; por otro, para encontrar nuevos mercados donde insertar sus productos. Con respecto a lo primero, se trata de la usurpación de tierras y de la utilización, o bien, de mano de obra esclava, o bien, de un salario miserable, impensable incluso para el proletariado de la metrópoli. En lo que concierne a la inserción de productos, Sartre aclara, que los destinatarios de estos son los colonos, y no los nativos, ya que estos no poseen el poder adquisitivo para realizar dichas compras.
El sistema colonial es necesariamente un sistema de expoliación, en el cual los colonizados reducen sus necesidades al mínimo en pos de los intereses de los colonizadores. Es por eso que Sartre discute con aquellos que plantean una “humanización” del sistema colonial argelino. Hablar, por ejemplo, de elevar el nivel de vida de los nativos, a través de aumentos de salarios, de construcción de escuelas y hospitales, apunta contra la razón de ser propia del sistema colonial, ya que no sólo reduciría el margen de ganancia de Francia sino que implicaría perdidas. Sartre hace el siguiente cálculo: "La escolarización total (...) costaría 500 mil millones de francos antiguos (...). Ahora bien, la renta total de Argelia es de 300 mil millones"[4]. De la misma manera, un proceso de industrialización que genere más puestos de trabajo y movilice la economía de la colonia, también contradice los intereses de la potencia, ya que significaría una competencia con la industria de las metrópolis que vería reducidos los mercados donde poder insertar sus productos.
Frente a la posición de “humanizar” el colonialismo, Sartre sostiene terminar con el colonialismo. Además de la exclusión económica, el colonizado padece la violencia física directa. Todo acto de rebeldía, todo acto de dignificación que realice un colonizado, es castigado con la cárcel, con la muerte, e incluso con las torturas (sobre las torturas realizadas en Argelia por el Ejercito Francés, existe el film “La batalla de Argelia” de Gillo Pontecorvo, donde se muestran los tratos inhumanos a los que eran sometidos los rebeldes). Justamente, cuando la guerra de Liberación había llegado a su punto más álgido, gran parte de la intelectualidad francesa, reclamaba un cese de fuego y el retorno al diálogo. Sartre y Simone de Beauvoir, no. Ambos reclamaban el retiro de Francia del territorio argelino, ya que un simple cese del fuego representaba continuar con el sistema colonial, es decir, con el avasallamiento y deshumanización de los nativos.
Dada la dinámica propia del sistema colonial, la situación de Argelia se abría sobre un horizonte con dos posibilidades: se trataba de la liberación o de continuar los lazos de opresión con Francia. Se estaba de un lado o de otro. No había tercera opción. Sartre optó por la primera.
Conclusión
Ahora bien, retornando a la pregunta que nos convocó a estas jornadas, a lo largo de la presente ponencia se habló de algunos ejes del pensamiento sartreano, resta, entonces, preguntarnos ¿de que manera puede este orientarnos, a nosotros, argentinos, latinoamericanos, del naciente siglo XXI, en nuestra indagación?
En primer lugar, podríamos decir que nos sirve para comprender que, en tanto sujetos libres y situados, nos encontramos absolutamente comprometidos en el mundo. Somos libres y eso significa que somos responsables, no sólo de nosotros sino también de los demás hombres. No hay nada que no nos competa, la condición humana nos involucra necesariamente en la Historia , esa conjunción de praxis individuales que, con esfuerzos sobrehumanos, Sartre se abocaría a desentrañar en la Critica de la razón dialéctica. Esto nos toca de cerca. En los años oscuros de la historia argentina, el “no compromiso”, sea por miedo, o sea por indiferencia, o, incluso, en algunos casos, por intereses creados, se resumió en el silencio, y, en algunas frases tan nefastas como “yo, argentino”. Sin embargo, ese “no compromiso” implicaba un compromiso. Luego llegó la cultura de la frivolidad y del “glamour”; más tarde, tras el derrumbe institucional, el rechazo y desprecio a todo lo que se encontrara vinculado con la política. Pero, por más rechazo que se sienta, no existe la apoliticidad. La política está ahí, en todas partes, nos abraza, como la Historia , en cada elección que hacemos, y no comprometerse es, en verdad, comprometerse.
Con respecto a la pregunta sobre el sentido, cabe señalar que, si bien nuestros actos son libres, se realizan sobre algo dado que nosotros no elegimos. El compromiso político también opera sobre algo dado. Nos comprometemos en un contexto que no elegimos y que nos abre a determinadas posibilidades, mientras que nos cierra a otras. Las fuerzas históricas atraviesan nuestra contigencia, estableciendo sentidos, que nos queda asumir o negar, pero que están ahí, latentes. Ahora, nos encontramos preguntándonos acerca del sentido de la política en una situación determinada. Esa situación condiciona nuestros planteos, al mismo tiempo que nos compromete a la acción. Al igual que Marx, Sartre sostenía que teoría y praxis nunca se encontraban separadas.
Por lo tanto, es de importancia vital, desentrañar la particularidad histórica en la que nos hallamos situados para saber que papel desempeñamos en ella En sus escritos sobre el tercer mundo, Sartre señalaba cuales eran las fuerzas históricas en conflicto. Por un lado, una nación poderosa que incrementa sus riquezas; por el otro, una nación colonizada, que se ve reducida a la miseria. La riqueza de una crece proporcionalmente a la pobreza de la otra. Está claro que Argentina no es Argelia. Argelia era una colonia, tanto en sentido político como económico. Un ejército de ocupación resguardaba los intereses de Francia. Argentina es una república soberana desde hace tiempo. Como dijimos, eso está bien claro. Sin embargo, también está claro, que, a lo largo de los casi dos siglos que llevamos como nación independiente, durante mucho tiempo, los intereses de algunas potencias han prevalecido por sobre los de nuestro pueblo. No hace falta citar ejemplos, los sabemos de sobra. Más de una vez, “insertarse en el mundo”, significó someterse a intereses que tenían como consecuencia necesaria nuestro empobrecimiento.
En la Crítica de la razón dialéctica, Sartre advertía de los peligros de hacer la Historia sin comprenderla. En efecto, es de fundamental importancia saber ver cuales son los ejes de conflicto, donde nos posicionaremos, que acciones llevaremos a cabo. Se trata de no obrar de “mala fe” sino de asumirnos como sujetos históricos puesto que, a la vez que somos hechos por la Historia , somos también quienes hacemos la Historia. De igual manera, debemos de guardarnos de incurrir en una intransigencia purista que, probablemente, terminé por ser funcional a aquellos a quienes decimos oponernos. Y de esto también, lamentablemente, tenemos experiencia los argentinos. Aún siendo nuestras intenciones las mejores, no tenemos excusas, son nuestros actos los que valen. Sartre lo vio muy bien en la crítica que realizó a la izquierda anti-comunista, su intransigencia, en una situación determinada, la colocaba del lado de sus supuestos enemigos.
En síntesis, se trata de asumir nuestro compromiso desde nuestra propia situación histórica, desde la Argentina del siglo XXI, vinculada históricamente al resto de América Latina, evitando, por un lado, la indiferencia, por otro, la caída en abstracciones o idealismos formalistas que nos coloquen en un sitio que no deseamos. Somos en el mundo y es en el mundo en donde actuamos, haciéndonos, de esta manera, a nosotros mismos. En un lenguaje más coloquial, podríamos decir que de lo que se trata es de “embarrarnos”, y que esto es inevitable, querámoslo o no, puesto que las “almas bellas” no existen.
Bibliografia:
- Jean Paul Sartre, Colonialismo y neocolonialismo, Losada, Buenos Aires, 1968.
- Sartre, Jean Paul, El existencialismo es un humanismo, Folio, Barcelona, 2007.
- Sartre, Jean Paul, ¿Qué es la literatura?, Aurora, Losada, Buenos Aires, 1962.
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