Edgardo Pablo Bergna
Maximiliano Basilio Cladakis
Introducción
Sartre era un intelectual comprometido. Los artículos y ensayos sobre situaciones políticas concretas poseen una importancia vital dentro del corpus sartriano. Publicados primeramente en revistas como “Les temps modernes”, muchos de ellos han sido luego copilados en una serie de textos llamada “Situations”. En estos escritos, Sartre se ocupa de hechos concretos, de “situaciones”, como bien dice el título de la serie. Si bien Sartre piensa estas situaciones a partir de los principios propios de su filosofía, estas mismas situaciones influirán y transformarán su filosofía[1].
Una de estas situaciones fue la Guerra de Argelia. Ella representó un acontecimiento impactante para la opinión pública del momento. Desde el principio, Sartre se comprometió con la causa de los movimientos de liberación argelinos. El compromiso llegó a tal punto que su vida fue puesta en peligro a través de atentados perpretados contra su hogar por parte de grupos de derecha franceses. Sartre escribió mucho sobre el tema. La naturaleza del colonialismo, el racismo de las potencias, las torturas realizadas por el ejército francés, la dinámica del capitalismo en expansión, el tercer mundo, la utilización de los nativos como mano de obra barata; estos son algunos de los puntos que Sartre piensa en relación a esta guerra.
Precisamente, en las siguientes páginas nuestro objetivo será exponer la manera en que Sartre concibe la relación entre el colonialismo y el humanismo, cuestión sobre la que reflexionó a partir de este acontecimiento. Para ello nos valdremos, principalmente, del artículo “El colonialismo es un sistema” y el prólogo a Los condenados de la tierra de Franz Fanon, ambos publicados en el tomo V de Situations, llamado Colonialismo y neocolonialismo.
Con este fin, dividiremos nuestro trabajo en tres partes: en la primera nos dedicaremos a exponer la caracterización que Sartre realiza del colonialismo como un sistema poseedor una dinámica propia; en la segunda, la forma en que la práctica colonial contradice al humanismo universal pregonado por la cultura europea; y en la tercera, expondremos la posición de Sartre con respecto a la liberación de las colonias y al nuevo tipo de humanismo del cual los oprimidos son representantes.
El sistema colonial
En El colonialismo es un sistema, Sartre niega que el problema colonial radique en una cuestión moral. Precisamente, dicho texto tiene como objetivo advertir a los lectores sobre la "mixtificación neocolonialista"[2]. Sartre llama "mixtificación neocolonialista" al discurso que hace responsables de la situación argelina a los "malos colonos". El neocolonialismo reconoce que los nativos padecen condiciones miserables de vida; pero lo hace sosteniendo que la causa de esto es el mal accionar de determinados individuos. El neocolonialismo, por tanto, sostiene que hay colonos "buenos" y colonos "malos".
Para Sartre, esta división entre dos clases de colonos tiene como fin preservar al colonialismo como sistema. Esto implica negar el problema real. Sartre menciona que quienes plantean reformas de tipo humanístico en las colonias se equivocan. El aumento de salarios, la inversión en educación y en salud públicas, las demás mejoras que podrían dárseles a los nativos, atentan contra la lógica misma del sistema. "Porque la colonización no es un conjunto de azares, ni el resultado estadístico de miles de empresas individuales"[3]. En efecto, la colonización de Argelia por parte de Francia se realizó con un fin bien claro: el fortalecimiento económico del país europeo. Mejorar la situación de los nativos se contradice con esto.
Precisamente, el sistema colonial implica, por un lado, una nación poderosa, y, por otro, una nación periférica. La relación entre ambos términos es la de la subsunción de la segunda ante la primera. La nación poderosa realiza el acto de colonizar en beneficio de sus intereses. La nación colonizada sólo es un medio para dicho fin. Se trata de una relación absolutamente asimétrica. Mientras los intereses de la nación colonizadora se afirman, los de la nación colonizada se niegan.
Sartre expone la forma en que se realizó la colonización francesa. Por un lado, la conquista se ejerció a sangre y fuego. Son conocidas las tácticas de lucha contra la "barbarie" utilizadas por Bougeaud[4]: descuartizamientos, hogueras públicas donde se quemaban a los insurrectos, matanzas colectivas, decapitaciones, toda una serie de castigos ejemplares cuyo fin era vencer las resistencias de los conquistados. La obtención de tierras era el fin que justificaba todos los medios. "Bugeaud decía: es necesario que la tierra sea buena; importa poco a quien pertenezca" (página 24). Por otro lado, la modernización forzada introducida por Francia sólo significó, para los nativos, la legitimación de la expoliación de la cual eran victimas. Antes de la llegada de los franceses, los argelinos tenían un sistema de tipo feudal. En dicho sistema existía una forma de propiedad colectiva. La imposición del derecho francés sirvió para quebrar esto. La tierra comunal se atomizó en parcelas privadas. Sartre observa que dicha transformación beneficiaba a Francia ya que así como se atomizaba la tierra, se atomizaba también el poder de resistencia de los nativos. "El procedimiento francés, complicado y confuso, arruinaba a todos los copropietarios; los mercaderes de bienes europeos compraban el total por un pedazo de pan"[5].
Sartre afirma que la política colonial francesa no debe comprenderse como el fruto de una "aventura". Por el contrario, el filósofo francés, en este punto, coincide con Lenin. El colonialismo se presenta como una etapa necesaria dentro del desarrollo del capitalismo. En un momento determinado, la potencia capitalista, debido a la lógica interna del capitalismo, debe extender sus dominios para encontrar nuevos mercados en los cuales insertar sus productos. La colonia es ese nuevo mercado. Sin embargo, esto no implica que los productos que se colocan en ella sean consumidos por los nativos. En efecto, estos no poseen el dinero para la adquisición de mercancías. Los colonos, en este caso los franceses que se instalan como señores en la colonia, son los compradores de los productos producidos en la metrópoli. "Y entiéndase bien, los colonos son los que han de beneficiarse de todas las ventajas y son los que se van a transformar en compradores eventuales"[6].
La dinámica propia del colonialismo no implicaba ningún beneficio para los nativos. Los cultivos realizados por los franceses en las tierras argelinas, no tenían como fin la satisfacción de sus necesidades. Sartre observa que los cultivos de cereales fueron desplazándose cada vez más hacía el desierto, mientras el cultivo de la vid crecía vertiginosamente. La población nativa de Argelia era, en su mayoría, musulmana y, como se sabe, los practicantes de esta religión no consumen alcohol. La tierra que trabajaban no producía nada para ellos.
Entre la colonia y la metrópoli se establecía una relación comercial que excluía los intereses de los colonizados. La metrópoli francesa insertaba en Argelia productos que estos no podían comprar, a la vez que Argelia producía alimentos y materias primas que no estaban dirigidos sino a los habitantes de la metrópoli. El nativo entra en el sistema solamente como mano de obra barata. El es quien trabaja las tierras que Francia le ha robado, y las trabaja para la misma Francia, a cambio de un salario miserable. Exento de todos los posibles beneficios que la “civilización” ha introducido en la nación sojuzgada, es decir, exento de educación, de salud, etc., se ve obligado a vender su fuerza de trabajo a sus propios conquistadores. Unos párrafos atrás, dijimos que, para Sartre, mejorar los intereses de los nativos chocaba con la razón de ser de las políticas colonias. Precisamente, para que la colonización sea rentable debe de excluirse a los nativos de todo derecho. Sartre realiza un cálculo. "La escolarización total (...) costaría 500 mil millones de francos antiguos (...). Ahora bien, la renta total de Argelia es de 300 mil millones"[7]. El simple hecho de establecer la educación universal, haría que la política colonial, no sólo pierda rentabilidad, sino que dé perdidas. Sartre señala que la renta argelina podría ser más alta si se iniciara un proceso de industrialización, lo que, por su parte, mejoraría la vida de los nativos. Sin embargo, acto seguido, afirma que, bajo el sistema colonial, esto es imposible ya que la industrialización de la colonia significaría crear una industria competidora de la francesa.
Dentro del sistema colonial no existen posibilidades para el colonizado. El enriquecimiento recíproco de las metrópolis y de los colonos se funda en la explotación de los nativos. La política colonial sólo implica ganancia en tanto se reduzcan al máximo los derechos y los beneficios de los nativos, el sistema mismo se funda en su explotación. Con respeto a los derechos de los nativos, Sartre señala que estos pueden ser violados al punto tal de avalar las torturas (quizá no en la teoría pero sí en la praxis). En efecto, con la aparición en Argelia del Frente de Liberación Nacional y de otros movimientos independentistas, Francia comenzó a hacer uso de las torturas. El fin con el cual se realizaba el acto de tortura no era sino el de preservar el sistema. “Porque el sistema aniquila por sí sólo y sin esfuerzo, todas las tentativas de arreglo: solo puede mantenerse haciéndose más duro, más inhumano”[8]. El sistema colonial lleva in nuce la imposibilidad de establecer una dignificación de la vida del nativo.
Reificación y humanismo
Sartre comienza el prólogo a Los condenados de la tierra de Franz Fanon con una frase descarnada y terrible (como tantas otras que habitan este texto). "No hace tanto tiempo, la tierra contaba dos mil millones de habitantes, o sea quinientos millones de hombres y mil quinientos millones de indígenas"[9]. Sartre señala que, tanto chinos, como negros, como nativos americanos, se encuentran excluidos de la condición de hombres. Lo "humano" o la "humanidad" sólo pertenecen a los europeos. En este punto, podríamos decir que Sartre coincide con Heidegger en la manera de presentar el humanismo tradicional. En Carta al humanismo, el filósofo alemán sostiene que todo humanismo parte de una cierta idea de humanitas. Dicha humanitas se presenta como aquello propio del hombre, como una esencia que hace hombre al hombre. Para Heidegger, existen distintos tipos de humanismo, sin embargo el planteo se repite en todos ellos. Según de que doctrina se trate, variará aquello que es descrito como lo propiamente humano, sin embargo el esquema se repite. Hay una humanitas que debe desarrollarse.
Si bien Sartre sostiene un humanismo que escapa de este esquema[10], podemos decir que está de acuerdo con Heidegger en la forma de presentarse del humanismo tradicional, y traslada este modelo a la práctica colonial europea. En efecto, la Europa moderna, burguesa, capitalista, se presenta a sí misma como la depositaria de aquello propiamente humano. La ciencia, los derechos civiles, el arte y la cultura, los valores liberales, son concebidos como los elementos fundantes de la verdadera dignidad humana. Todo ello podría resumirse en una sola palabra: Civilización. La Civilización, en tanto Civilización Europea, es pensada como la plenitud integral de las posibilidades humanas. Ella, a su vez, es utilizada como medio de legitimización de las prácticas coloniales.
La minoría selecta europea se dedicó a fabricar un indigenado selecto; se elegía a los adolescentes, se les marcaba en la frente, con el hierro candente, los principios de la cultura occidental, se les metían en la boca mordazas sonoras, grandes palabras pastosas que se pegaban a los dientes: después de una breve permanencia en la metrópoli se los devolvía a su país, falsificados[11].
La occidentalización de los nativos en Argelia tenía como fin convertir a los colonizados a la causa de los colonizadores. Por otra parte, además, servía para mostrar en la metrópoli los "progresos" que la Civilización había operado en los "conversos". Sin embargo, este humanismo, que servía para legitimar el colonialismo, será también lo que legitimará la rebeldía contra él. "Hacéis monstruos de nosotros, vuestro humanismo nos supone universales, y vuestras prácticas racistas nos particularizan"[12]. Esta es la acusación de los nativos argelinos a los franceses.
Sartre hace notar la contradicción fundamental entre la teoría y la práctica en las políticas francesas. Francia, al igual que las demás potencias europeas, se presenta como depositaria de lo propiamente humano. Esta humanitas tiene por condición esencial la universalidad; es decir, se habla del "Hombre", de sus derechos inalienables, de sus valores irreductibles. La teoría sostiene la igualdad entre todos los hombres, el respeto hacia todas las libertades; sin embargo, la práctica contradice estos postulados. Efectivamente, la política colonial separa al género humano en dos tipos: hombres y subhombres. Estos últimos no son sino una creación de la política colonial.
Sartre expone la manera en que los colonizadores reifican a los nativos, es decir, la manera en que les arrancan su humanidad, la manera en que intentan transformarlos en cosas. "La violencia colonial no sólo trata de tener a raya a esos hombres esclavizados, sino de deshumanizarlos"[13]. Se reduce a los nativos al hambre, a jornadas interminables de trabajo, en el caso de cualquier reclamo son castigados con los más férreos suplicios, se instaura el Terror entre ellos, se deja en claro que su único derecho es el de obedecer, se establecen diferencias de todo tipo entre los "hombres verdaderos", blancos y europeos, y ellos. El proceso de reificación tiene por fin aniquilar toda posibilidad de rebeldía. La bestialización de los nativos se realiza con el objetivo de generar instrumentos eficientes en la obtención de riquezas.
En el punto anterior, hemos visto que el colonialismo es un sistema cuya finalidad es incrementar los beneficios económicos de la potencia colonizadora. Sartre observa, por lo tanto, que los bienes culturales de la metrópoli están fundados en la explotación y la opresión de los colonizados. El basamento material sobre el que se erigen la cultura y la civilización europeas es fruto de las políticas coloniales. El humanismo pregonado por Europa tiene como condición de posibilidad la deshumanización de los nativos de distintas partes del mundo. Francia e Inglaterra son considerados los paradigmas de la Cultura y la Civilización; Francia e Inglaterra son también los paradigmas de las naciones coloniales: África, la India, América, China.
A este respecto, Sartre señala la mala fe de muchos humanistas de la metrópoli, los cuales intentan diferenciarse de los colonos. Sin embargo, el hecho de no ser los ejecutores directos de los procesos de deshumanización, no implica estar libre de culpa. “Es cierto: no habéis sido colonos, pero no sois mejores que ellos”[14]. En efecto, las políticas coloniales tenían como objetivo el enriquecimiento de la metrópoli. La diferencia entre los colonos y los demás franceses es sólo una diferencia de función. El habitante de la metrópoli, si bien no se ensucia las manos con sangre, sí goza de los bienes por los cuales la explotación se realiza, y su vida, y también la de sus antecesores, se asienta sobre la deshumanización del pueblo colonizado[15]. Todo lo que él es, y los valores "humanísticos" que defiende están manchados de sangre. El hombre de la metrópoli también es culpable.
Todo aquello que constituye la humanitas pregonada por los europeos hunde sus raíces en la deshumanización de los colonizados. "Reclamar y negar, a la vez, la condición humana: la contradicción es explosiva"[16]. Se da, por lo tanto, un juego perverso que radica en la exaltación de lo “humano” universal mientras se niega dicha condición a los seres particulares concretos. Se trata de un humanismo racista, opresor, que, paradójicamente, prescribe la inhumanidad. Cuando el colonizador afirma su humanidad, lo hace convirtiendo en bestias a los colonizados. "Europa, harta de riquezas, otorgó de jure la humanidad a todos sus habitantes; entre nosotros, un hombre quiere decir un cómplice, ya que todos nos hemos beneficiado con la explotación colonial"[17].
Liberación y nuevo humanismo
Sartre dice que las políticas coloniales se realizan a partir de un proceso de deshumanización; sin embargo, señala que este proceso no puede llevarse a cabo hasta las últimas consecuencias. La reificación nunca es absoluta ya que, de serlo, se estaría yendo contra los intereses de la propia metrópoli. Para Sartre, cuanto más se deshumaniza a un hombre, más pierde este su capacidad de producción. La deshumanización total representaría la anulación del colonizado como instrumento de producción. “Es lo malo de la esclavitud: cuando se domestica a un hombre de nuestra especie, se disminuye su rendimiento y, por poco que se le dé, un hombre de corral termina costando más de lo que produce”[18]. Hay un mínimo de humanidad que se respeta en el colonizado. No sólo debe de alimentársele, sino que deben de permitirse que pervivan algunas características humanas, como el miedo a la muerte o el amor a la familia, para que este continúe sirviendo a los intereses de los colonizadores.
En este aspecto, la influencia de Marx sobre Sartre es bien clara. Para el autor de El capital, el capitalista le paga al obrero lo mínimo indispensable para que este siga produciendo. Es una necesidad lógica del capitalismo. Se debe de reducir al máximo las necesidades vitales del proletariado, pero no debe faltarle el alimento ni a los obreros ni a sus familias. Por un lado, la alimentación es necesaria para mantener vivos, y medianamente fuertes, los cuerpos encargados de producir ganancias. Por otro lado, los proletarios deben tener la posibilidad de formar familias ya que sus hijos serán la próxima generación de trabajadores. En Los comunistas y la paz, Sartre expone esta cuestión y la forma en que se corresponde a una política necesaria dentro del sistema capitalista. Tanto el proletariado de la metrópoli como el nativo colonizado, pertenecen a una misma categoria, no se trata de hombres ni de cosas, sino de “subhombres”.
En el prólogo a Los condenados de la tierra, Sartre sigue los análisis de Fanon. La situación de degradación y terror perpetrada sobre los nativos, engendra en estos una personalidad neurótica que tiene por consecuencia estallidos de violencia terribles. Lo humano que aún pervive en ellos se rebela contra la situación de opresión; sin embargo, en un principio, esa violencia no está dirigida hacia los opresores, sino hacia los otros oprimidos. “Esta furia contenida, al no estallar, gira sobre sí y destroza a los mismos oprimidos”. Sartre señala las guerras tribales dadas en Argelia como válvulas de escape; los argelinos luchan entre sí al no sentirse en la posibilidad de enfrentar al verdadero opresor.
Sartre y Fanon coinciden en el hecho de considerar que el oprimido sólo encuentra una forma de curar esta neurosis: dirigir esa furia hacia el opresor. En efecto, la única manera en que el colonizado, en tanto prevalezca el sistema colonial, puede recobrar su humanidad es enfrentándose a quien lo oprime. Hay una frase de Sartre muy fuerte: “(…) terminar con un europeo es matar dos pájaros de un tiro, suprimir a un mismo tiempo un opresor y un oprimido: quedan un hombre muerto y un hombre libre (…)”[19]. Las palabras son duras, pero Sartre no se encuentra haciendo una apología de la violencia ni de la matanza de europeos. Lo que está diciendo es que el sistema colonial es un sistema que practica de manera cotidiana la violencia sobre los nativos. Bajo ese sistema de violencia perpetua, el colonizado sólo se reconoce a sí mismo como hombre cuando se presta a luchar contra el colonizador, dispuesto a matar o morir en esa lucha. En el momento en que se rebela, el colonizado deja de ser un objeto que pertenece al colonizador, para volverse su enemigo. La rebeldía del nativo, por su parte, causa el mismo efecto en el europeo. Al representar una amenaza para la vida de este, el colonizado deja de ser, a los ojos del colonizador, una mera cosa de la que el europeo es propietario[20]. Si el colonizado realiza un acto de violencia frente al colonizador, este “(…) no es una absurda tempestad ni la resurrección de instintos salvajes, ni siquiera un efecto del resentimiento: es el hombre mismo que se recompone”[21].
Se sabe que la Guerra de Argelia fue en extremo violenta. Hubo miles de muertes provenientes de ambos bandos. Los grupos de liberación nacional empuñaban armas y no tenían pruritos en utilizarlos frente a su enemigo. Con todo, tanto Sartre como Simone de Beauvoir, se diferenciaron de la mayoría de los intelectuales de la época, los cuales reclamaban un inmediato cese de fuego, ya que lo que ellos pedían era el retiro de Francia del territorio argelino. Ambos pensaban que, de concretarse la paz sin darse el fin de la ocupación francesa, lo que en verdad ocurriría es que se continuaría perpetuando la violencia contra los colonizados, lo cual, por otro lado, implicaría nuevos brotes de violencia de parte de estos. En efecto, para Sartre la violencia del colonizado frente al colonizador no es más que la respuesta a la violencia a la que él se ve sometido por el sistema colonial.
Como hemos visto, para Sartre, el colonialismo es un sistema cuya lógica implica, desde un comienzo, la violencia. Por lo tanto, la única forma de terminar con esta es que Francia y las demás potencias depongan sus políticas coloniales. Así también, reconoce que el fin del colonialismo traerá consigo algo más que el fin de la violencia: un nuevo tipo de humanismo.
El final del colonialismo significa el reconocimiento de los colonizados como hombres; y significa, también, el fin del humanismo basado en la deshumanización de los no-europeos. La contradicción humanista entre lo universal y lo particular se resuelve con la humanización de los sub-hombres. Sartre observa que, con el alzamiento de los pueblos del tercer mundo frente a las potencias, se inicia un nuevo momento en la historia humana. Hasta principios del siglo XX, el sujeto histórico era Europa[22]. Los demás pueblos eran, o bien, espectadores pasivos, o bien, herramientas útiles para los europeos. Sin embargo, Sartre indica que su siglo mostraba un cambio. Con respecto al libro de Fanon dice: “(…) el tercer mundo se descubre y se habla por esta voz”[23]. El tercer mundo comienza a hablar su propia voz, a decir sus propias palabras; comienza, en fin, a ser sujeto de esa historia que lo negó por siglos.
Precisamente, las últimas palabras de Sartre en el prólogo a Los condenados de la tierra anuncian este cambio. “Pero esto, como se dice, es otra historia. La del hombre. Estoy seguro de que se acerca el tiempo en que nos uniremos con los que la hacen”[24]. El “nos” hace referencia a los europeos, es a ellos a quienes Sartre les habla y a quienes les advierte que sus días como sujetos hegemónicos de la Historia están contados. Ahora, la historia la comenzarán a hacer otros: los oprimidos. Sin embargo, la acción de estos también liberará a los opresores. Sartre señala que la relación “oprimido-opresor” reifica también a estos últimos, ya que cuando la humanitas de la que se hace gala se basa en la deshumanización de los otros, dicha humanitas no es más que una farsa. El verdadero humanismo sólo puede implicar a toda la humanidad.
Conclusión
Para Sartre, el colonialismo es un sistema. Esto significa que no se trata de azares ni de simples políticas aventureras. Se trata de un momento de la expansión capitalista, momento necesario en la búsqueda de nuevos mercados en donde las potencias puedan insertar sus productos y, a la vez, obtener materias primas con mano de obra barata. Por su parte, dicho sistema se basa en la deshumanización de los nativos. Sartre se da cuenta de la contradicción que esto conlleva. Las potencias europeas proclaman un humanismo universal que contradicen en los hechos. Aún más, el humanismo europeo y liberal se asienta materialmente sobre las riquezas obtenidas por el colonialismo. El proceso colonial se inicia con la violencia, y se mantiene también con la violencia. Hasta que llega un punto en que los colonizados reaccionan y contestan a la violencia con más violencia. Este círculo vicioso sólo puede concluir con la liberación de los nativos y con el reconocimiento de estos como seres humanos.
Por nuestra parte, creemos que los temas expuestos son de una importancia fundamental en dos aspectos. Por un lado, son necesarios para la comprensión cabal del pensamiento de Sartre. El estudio de las obras de “situación” es fundamental para el conocimiento de la obra sartriana. Si bien hay un “olvido” general de Sartre, aún más “olvidados” están este tipo de textos. En este sentido, es importante señalar que no hay una división real entre el Sartre académico o literario y el Sartre comprometido. El corpus sartriano es una totalidad, en donde cada elemento se encuentra íntimamente relacionado con los otros. Por otro lado, consideramos que lo dicho por Sartre es fundamental para la comprensión de nuestra contemporaneidad. Si bien él habla de la situación argelina, muchos de sus análisis siguen estando, hoy día, vigentes. Hay un “tercer” mundo y un “primer” mundo; el sistema colonial (tal vez de manera más velada) se sigue manteniendo; existen opresores y oprimidos; la lucha de los pueblos por su liberación se mantiene de pie.
Por último, queremos hacer mención del libro de José Pablo Feinmann La filosofía y el barro de la historia. En este texto, el autor dice que en el prólogo de Los condenados de la tierra de Franz Fanon, Sartre realiza una verdadera revolución filosófica: la descentralización del sujeto europeo. Si bien el concepto de descentralización del sujeto va a ser puesta de moda en la filosofía francesa de los ´70, de la mano de Foucault, Derrida, Deleuze, etc., esta descentralización sigue pensando en Europa como centro del mundo. Para Feinmann, estos filósofos descentralizan al sujeto pero ese sujeto descentralizado continúa siendo el sujeto europeo. Es decir, el pensamiento sigue teniendo como único objeto a Europa. Lo que hace Sartre es mucho más radical. El autor de La nausea, no habla de una descentralización del sujeto, sino de un nuevo sujeto histórico: el sujeto del tercer mundo. A diferencia de Foucault y demás, Sartre no sostiene la muerte de la historia, sino el nacimiento de una nueva historia que tendrá, por primera vez, a los oprimidos como actores principales. La Nueva Historia será la Historia de los pueblos en su lucha por la dignidad humana.
Bibliografía:
- Jean-Paul Sartre, Colonialismo y neocolonialismo, Losada, Buenos Aires, 1968.
- Sartre, Jean-Paul, Problemas del marxismo I, Losada, Buenos Aires, 1966.
- Sartre, Jean-Paul, Problemas del marxismo II, Losada, Buenos Aires, 1966.
- Sartre, Jean-Paul, Crítica de la razón dialéctica, Tomo I, Losada, Buenos Aires, 1970.
- Sartre, Jean Paul, El existencialismo es un humanismo, Folio, Barcelona, 2006.
- Merleau-Ponty, Maurice, Humanismo y terror, Leviatán, Buenos Aires.
- Feinmann, José Pablo, La filosofía y el barro de la historia, Planeta, Buenos Aires, 2008.
[1] Es indudable que muchas de las tesis aparecidas en la Crítica de la razón dialéctica aparecen esbozadas en este tipo de textos, donde Sartre se esfuerza en pensar acontecimientos políticos concretos, lo que le lleva rever algunas de las tesis expuestas en obras anteriores como El ser y la nada.
[2] Jean-Paul Sartre, Colonialismo y neocolonialismo, Losada, Buenos Aires, 1968, p. 58.
[3] Ibíd., p. 21
[4] Muchas de estas tácticas fueron luego imitadas, por varios luchadores contra la "barbarie", incluso en América Latina. El caso de Sarmiento en Argentina es un claro representante de estos métodos, cosa que se evidencia en los elogios realizados por la decapitación y luego exhibición en la plaza pública de la cabeza del caudillo federal "Chacho" Peñaloza. El planteo era que al fuego se lo debía combatir con fuego y a la barbarie con la barbarie.
[5] Colonialismo y neocolonialismo, p. 24.
[6] Ibíd. , p. 22
[7] Ibíd., p. 33
[8] Ibíd., p. 31.
[9] Ibid., p. 122.
[10] La tesis aparecida en El existencialismo es un humanismo difiere radicalmente de este esquema. Sin embargo, en el presente trabajo no haremos ninguna comparación con esta conferencia dada en 1945 ya que es algo que va más allá de nuestro actual objetivo.
[11] Colonialismo y neocolonialismo, p. 121.
[12] Ibíd., p. 122.
[13]Ibíd., p. 127
[14] Ibíd., p. 126.
[15] En su texto Humanismo y terror (1945), Merleau-Ponty señala lo mismo que Sartre. El co-fundador de Les temps modernes observa que el liberalismo pregona un humanismo universal mientras él mismo “(…) se asienta sobre el trabajo forzado de las colonias y sobre veinte guerras” (p. 32).
[16] Colonialismo y neocolonialismo, p. 131.
[17] Ibíd., p. 135.
[18] Ibíd., P. 128.
[19] Ibíd., p. 132.
[20] En ese sentido, es indudable la influencia que ha tenido, tanto para Sartre como para Fanon, la lectura realizada por Kojeve de la dialéctica del amo y del esclavo de la que Hegel hablaba en la Fenomenología del espíritu.
[21] Colonialismo y neocolonialismo, p. 132.
[22] La filosofía de la historia de Hegel es uno de los ejemplos más claros de esta concepción. Para el filósofo alemán, ni los africanos, ni los americanos tenían historia. La Historia sólo la hacían los europeos ya que eran los únicos que tenían Espíritu.
[23] Colonialismo y neocolonialismo. p. 123.
[24] Ibíd. p. 139.
Maximiliano Basilio Cladakis
Introducción
Sartre era un intelectual comprometido. Los artículos y ensayos sobre situaciones políticas concretas poseen una importancia vital dentro del corpus sartriano. Publicados primeramente en revistas como “Les temps modernes”, muchos de ellos han sido luego copilados en una serie de textos llamada “Situations”. En estos escritos, Sartre se ocupa de hechos concretos, de “situaciones”, como bien dice el título de la serie. Si bien Sartre piensa estas situaciones a partir de los principios propios de su filosofía, estas mismas situaciones influirán y transformarán su filosofía[1].
Una de estas situaciones fue la Guerra de Argelia. Ella representó un acontecimiento impactante para la opinión pública del momento. Desde el principio, Sartre se comprometió con la causa de los movimientos de liberación argelinos. El compromiso llegó a tal punto que su vida fue puesta en peligro a través de atentados perpretados contra su hogar por parte de grupos de derecha franceses. Sartre escribió mucho sobre el tema. La naturaleza del colonialismo, el racismo de las potencias, las torturas realizadas por el ejército francés, la dinámica del capitalismo en expansión, el tercer mundo, la utilización de los nativos como mano de obra barata; estos son algunos de los puntos que Sartre piensa en relación a esta guerra.
Precisamente, en las siguientes páginas nuestro objetivo será exponer la manera en que Sartre concibe la relación entre el colonialismo y el humanismo, cuestión sobre la que reflexionó a partir de este acontecimiento. Para ello nos valdremos, principalmente, del artículo “El colonialismo es un sistema” y el prólogo a Los condenados de la tierra de Franz Fanon, ambos publicados en el tomo V de Situations, llamado Colonialismo y neocolonialismo.
Con este fin, dividiremos nuestro trabajo en tres partes: en la primera nos dedicaremos a exponer la caracterización que Sartre realiza del colonialismo como un sistema poseedor una dinámica propia; en la segunda, la forma en que la práctica colonial contradice al humanismo universal pregonado por la cultura europea; y en la tercera, expondremos la posición de Sartre con respecto a la liberación de las colonias y al nuevo tipo de humanismo del cual los oprimidos son representantes.
El sistema colonial
En El colonialismo es un sistema, Sartre niega que el problema colonial radique en una cuestión moral. Precisamente, dicho texto tiene como objetivo advertir a los lectores sobre la "mixtificación neocolonialista"[2]. Sartre llama "mixtificación neocolonialista" al discurso que hace responsables de la situación argelina a los "malos colonos". El neocolonialismo reconoce que los nativos padecen condiciones miserables de vida; pero lo hace sosteniendo que la causa de esto es el mal accionar de determinados individuos. El neocolonialismo, por tanto, sostiene que hay colonos "buenos" y colonos "malos".
Para Sartre, esta división entre dos clases de colonos tiene como fin preservar al colonialismo como sistema. Esto implica negar el problema real. Sartre menciona que quienes plantean reformas de tipo humanístico en las colonias se equivocan. El aumento de salarios, la inversión en educación y en salud públicas, las demás mejoras que podrían dárseles a los nativos, atentan contra la lógica misma del sistema. "Porque la colonización no es un conjunto de azares, ni el resultado estadístico de miles de empresas individuales"[3]. En efecto, la colonización de Argelia por parte de Francia se realizó con un fin bien claro: el fortalecimiento económico del país europeo. Mejorar la situación de los nativos se contradice con esto.
Precisamente, el sistema colonial implica, por un lado, una nación poderosa, y, por otro, una nación periférica. La relación entre ambos términos es la de la subsunción de la segunda ante la primera. La nación poderosa realiza el acto de colonizar en beneficio de sus intereses. La nación colonizada sólo es un medio para dicho fin. Se trata de una relación absolutamente asimétrica. Mientras los intereses de la nación colonizadora se afirman, los de la nación colonizada se niegan.
Sartre expone la forma en que se realizó la colonización francesa. Por un lado, la conquista se ejerció a sangre y fuego. Son conocidas las tácticas de lucha contra la "barbarie" utilizadas por Bougeaud[4]: descuartizamientos, hogueras públicas donde se quemaban a los insurrectos, matanzas colectivas, decapitaciones, toda una serie de castigos ejemplares cuyo fin era vencer las resistencias de los conquistados. La obtención de tierras era el fin que justificaba todos los medios. "Bugeaud decía: es necesario que la tierra sea buena; importa poco a quien pertenezca" (página 24). Por otro lado, la modernización forzada introducida por Francia sólo significó, para los nativos, la legitimación de la expoliación de la cual eran victimas. Antes de la llegada de los franceses, los argelinos tenían un sistema de tipo feudal. En dicho sistema existía una forma de propiedad colectiva. La imposición del derecho francés sirvió para quebrar esto. La tierra comunal se atomizó en parcelas privadas. Sartre observa que dicha transformación beneficiaba a Francia ya que así como se atomizaba la tierra, se atomizaba también el poder de resistencia de los nativos. "El procedimiento francés, complicado y confuso, arruinaba a todos los copropietarios; los mercaderes de bienes europeos compraban el total por un pedazo de pan"[5].
Sartre afirma que la política colonial francesa no debe comprenderse como el fruto de una "aventura". Por el contrario, el filósofo francés, en este punto, coincide con Lenin. El colonialismo se presenta como una etapa necesaria dentro del desarrollo del capitalismo. En un momento determinado, la potencia capitalista, debido a la lógica interna del capitalismo, debe extender sus dominios para encontrar nuevos mercados en los cuales insertar sus productos. La colonia es ese nuevo mercado. Sin embargo, esto no implica que los productos que se colocan en ella sean consumidos por los nativos. En efecto, estos no poseen el dinero para la adquisición de mercancías. Los colonos, en este caso los franceses que se instalan como señores en la colonia, son los compradores de los productos producidos en la metrópoli. "Y entiéndase bien, los colonos son los que han de beneficiarse de todas las ventajas y son los que se van a transformar en compradores eventuales"[6].
La dinámica propia del colonialismo no implicaba ningún beneficio para los nativos. Los cultivos realizados por los franceses en las tierras argelinas, no tenían como fin la satisfacción de sus necesidades. Sartre observa que los cultivos de cereales fueron desplazándose cada vez más hacía el desierto, mientras el cultivo de la vid crecía vertiginosamente. La población nativa de Argelia era, en su mayoría, musulmana y, como se sabe, los practicantes de esta religión no consumen alcohol. La tierra que trabajaban no producía nada para ellos.
Entre la colonia y la metrópoli se establecía una relación comercial que excluía los intereses de los colonizados. La metrópoli francesa insertaba en Argelia productos que estos no podían comprar, a la vez que Argelia producía alimentos y materias primas que no estaban dirigidos sino a los habitantes de la metrópoli. El nativo entra en el sistema solamente como mano de obra barata. El es quien trabaja las tierras que Francia le ha robado, y las trabaja para la misma Francia, a cambio de un salario miserable. Exento de todos los posibles beneficios que la “civilización” ha introducido en la nación sojuzgada, es decir, exento de educación, de salud, etc., se ve obligado a vender su fuerza de trabajo a sus propios conquistadores. Unos párrafos atrás, dijimos que, para Sartre, mejorar los intereses de los nativos chocaba con la razón de ser de las políticas colonias. Precisamente, para que la colonización sea rentable debe de excluirse a los nativos de todo derecho. Sartre realiza un cálculo. "La escolarización total (...) costaría 500 mil millones de francos antiguos (...). Ahora bien, la renta total de Argelia es de 300 mil millones"[7]. El simple hecho de establecer la educación universal, haría que la política colonial, no sólo pierda rentabilidad, sino que dé perdidas. Sartre señala que la renta argelina podría ser más alta si se iniciara un proceso de industrialización, lo que, por su parte, mejoraría la vida de los nativos. Sin embargo, acto seguido, afirma que, bajo el sistema colonial, esto es imposible ya que la industrialización de la colonia significaría crear una industria competidora de la francesa.
Dentro del sistema colonial no existen posibilidades para el colonizado. El enriquecimiento recíproco de las metrópolis y de los colonos se funda en la explotación de los nativos. La política colonial sólo implica ganancia en tanto se reduzcan al máximo los derechos y los beneficios de los nativos, el sistema mismo se funda en su explotación. Con respeto a los derechos de los nativos, Sartre señala que estos pueden ser violados al punto tal de avalar las torturas (quizá no en la teoría pero sí en la praxis). En efecto, con la aparición en Argelia del Frente de Liberación Nacional y de otros movimientos independentistas, Francia comenzó a hacer uso de las torturas. El fin con el cual se realizaba el acto de tortura no era sino el de preservar el sistema. “Porque el sistema aniquila por sí sólo y sin esfuerzo, todas las tentativas de arreglo: solo puede mantenerse haciéndose más duro, más inhumano”[8]. El sistema colonial lleva in nuce la imposibilidad de establecer una dignificación de la vida del nativo.
Reificación y humanismo
Sartre comienza el prólogo a Los condenados de la tierra de Franz Fanon con una frase descarnada y terrible (como tantas otras que habitan este texto). "No hace tanto tiempo, la tierra contaba dos mil millones de habitantes, o sea quinientos millones de hombres y mil quinientos millones de indígenas"[9]. Sartre señala que, tanto chinos, como negros, como nativos americanos, se encuentran excluidos de la condición de hombres. Lo "humano" o la "humanidad" sólo pertenecen a los europeos. En este punto, podríamos decir que Sartre coincide con Heidegger en la manera de presentar el humanismo tradicional. En Carta al humanismo, el filósofo alemán sostiene que todo humanismo parte de una cierta idea de humanitas. Dicha humanitas se presenta como aquello propio del hombre, como una esencia que hace hombre al hombre. Para Heidegger, existen distintos tipos de humanismo, sin embargo el planteo se repite en todos ellos. Según de que doctrina se trate, variará aquello que es descrito como lo propiamente humano, sin embargo el esquema se repite. Hay una humanitas que debe desarrollarse.
Si bien Sartre sostiene un humanismo que escapa de este esquema[10], podemos decir que está de acuerdo con Heidegger en la forma de presentarse del humanismo tradicional, y traslada este modelo a la práctica colonial europea. En efecto, la Europa moderna, burguesa, capitalista, se presenta a sí misma como la depositaria de aquello propiamente humano. La ciencia, los derechos civiles, el arte y la cultura, los valores liberales, son concebidos como los elementos fundantes de la verdadera dignidad humana. Todo ello podría resumirse en una sola palabra: Civilización. La Civilización, en tanto Civilización Europea, es pensada como la plenitud integral de las posibilidades humanas. Ella, a su vez, es utilizada como medio de legitimización de las prácticas coloniales.
La minoría selecta europea se dedicó a fabricar un indigenado selecto; se elegía a los adolescentes, se les marcaba en la frente, con el hierro candente, los principios de la cultura occidental, se les metían en la boca mordazas sonoras, grandes palabras pastosas que se pegaban a los dientes: después de una breve permanencia en la metrópoli se los devolvía a su país, falsificados[11].
La occidentalización de los nativos en Argelia tenía como fin convertir a los colonizados a la causa de los colonizadores. Por otra parte, además, servía para mostrar en la metrópoli los "progresos" que la Civilización había operado en los "conversos". Sin embargo, este humanismo, que servía para legitimar el colonialismo, será también lo que legitimará la rebeldía contra él. "Hacéis monstruos de nosotros, vuestro humanismo nos supone universales, y vuestras prácticas racistas nos particularizan"[12]. Esta es la acusación de los nativos argelinos a los franceses.
Sartre hace notar la contradicción fundamental entre la teoría y la práctica en las políticas francesas. Francia, al igual que las demás potencias europeas, se presenta como depositaria de lo propiamente humano. Esta humanitas tiene por condición esencial la universalidad; es decir, se habla del "Hombre", de sus derechos inalienables, de sus valores irreductibles. La teoría sostiene la igualdad entre todos los hombres, el respeto hacia todas las libertades; sin embargo, la práctica contradice estos postulados. Efectivamente, la política colonial separa al género humano en dos tipos: hombres y subhombres. Estos últimos no son sino una creación de la política colonial.
Sartre expone la manera en que los colonizadores reifican a los nativos, es decir, la manera en que les arrancan su humanidad, la manera en que intentan transformarlos en cosas. "La violencia colonial no sólo trata de tener a raya a esos hombres esclavizados, sino de deshumanizarlos"[13]. Se reduce a los nativos al hambre, a jornadas interminables de trabajo, en el caso de cualquier reclamo son castigados con los más férreos suplicios, se instaura el Terror entre ellos, se deja en claro que su único derecho es el de obedecer, se establecen diferencias de todo tipo entre los "hombres verdaderos", blancos y europeos, y ellos. El proceso de reificación tiene por fin aniquilar toda posibilidad de rebeldía. La bestialización de los nativos se realiza con el objetivo de generar instrumentos eficientes en la obtención de riquezas.
En el punto anterior, hemos visto que el colonialismo es un sistema cuya finalidad es incrementar los beneficios económicos de la potencia colonizadora. Sartre observa, por lo tanto, que los bienes culturales de la metrópoli están fundados en la explotación y la opresión de los colonizados. El basamento material sobre el que se erigen la cultura y la civilización europeas es fruto de las políticas coloniales. El humanismo pregonado por Europa tiene como condición de posibilidad la deshumanización de los nativos de distintas partes del mundo. Francia e Inglaterra son considerados los paradigmas de la Cultura y la Civilización; Francia e Inglaterra son también los paradigmas de las naciones coloniales: África, la India, América, China.
A este respecto, Sartre señala la mala fe de muchos humanistas de la metrópoli, los cuales intentan diferenciarse de los colonos. Sin embargo, el hecho de no ser los ejecutores directos de los procesos de deshumanización, no implica estar libre de culpa. “Es cierto: no habéis sido colonos, pero no sois mejores que ellos”[14]. En efecto, las políticas coloniales tenían como objetivo el enriquecimiento de la metrópoli. La diferencia entre los colonos y los demás franceses es sólo una diferencia de función. El habitante de la metrópoli, si bien no se ensucia las manos con sangre, sí goza de los bienes por los cuales la explotación se realiza, y su vida, y también la de sus antecesores, se asienta sobre la deshumanización del pueblo colonizado[15]. Todo lo que él es, y los valores "humanísticos" que defiende están manchados de sangre. El hombre de la metrópoli también es culpable.
Todo aquello que constituye la humanitas pregonada por los europeos hunde sus raíces en la deshumanización de los colonizados. "Reclamar y negar, a la vez, la condición humana: la contradicción es explosiva"[16]. Se da, por lo tanto, un juego perverso que radica en la exaltación de lo “humano” universal mientras se niega dicha condición a los seres particulares concretos. Se trata de un humanismo racista, opresor, que, paradójicamente, prescribe la inhumanidad. Cuando el colonizador afirma su humanidad, lo hace convirtiendo en bestias a los colonizados. "Europa, harta de riquezas, otorgó de jure la humanidad a todos sus habitantes; entre nosotros, un hombre quiere decir un cómplice, ya que todos nos hemos beneficiado con la explotación colonial"[17].
Liberación y nuevo humanismo
Sartre dice que las políticas coloniales se realizan a partir de un proceso de deshumanización; sin embargo, señala que este proceso no puede llevarse a cabo hasta las últimas consecuencias. La reificación nunca es absoluta ya que, de serlo, se estaría yendo contra los intereses de la propia metrópoli. Para Sartre, cuanto más se deshumaniza a un hombre, más pierde este su capacidad de producción. La deshumanización total representaría la anulación del colonizado como instrumento de producción. “Es lo malo de la esclavitud: cuando se domestica a un hombre de nuestra especie, se disminuye su rendimiento y, por poco que se le dé, un hombre de corral termina costando más de lo que produce”[18]. Hay un mínimo de humanidad que se respeta en el colonizado. No sólo debe de alimentársele, sino que deben de permitirse que pervivan algunas características humanas, como el miedo a la muerte o el amor a la familia, para que este continúe sirviendo a los intereses de los colonizadores.
En este aspecto, la influencia de Marx sobre Sartre es bien clara. Para el autor de El capital, el capitalista le paga al obrero lo mínimo indispensable para que este siga produciendo. Es una necesidad lógica del capitalismo. Se debe de reducir al máximo las necesidades vitales del proletariado, pero no debe faltarle el alimento ni a los obreros ni a sus familias. Por un lado, la alimentación es necesaria para mantener vivos, y medianamente fuertes, los cuerpos encargados de producir ganancias. Por otro lado, los proletarios deben tener la posibilidad de formar familias ya que sus hijos serán la próxima generación de trabajadores. En Los comunistas y la paz, Sartre expone esta cuestión y la forma en que se corresponde a una política necesaria dentro del sistema capitalista. Tanto el proletariado de la metrópoli como el nativo colonizado, pertenecen a una misma categoria, no se trata de hombres ni de cosas, sino de “subhombres”.
En el prólogo a Los condenados de la tierra, Sartre sigue los análisis de Fanon. La situación de degradación y terror perpetrada sobre los nativos, engendra en estos una personalidad neurótica que tiene por consecuencia estallidos de violencia terribles. Lo humano que aún pervive en ellos se rebela contra la situación de opresión; sin embargo, en un principio, esa violencia no está dirigida hacia los opresores, sino hacia los otros oprimidos. “Esta furia contenida, al no estallar, gira sobre sí y destroza a los mismos oprimidos”. Sartre señala las guerras tribales dadas en Argelia como válvulas de escape; los argelinos luchan entre sí al no sentirse en la posibilidad de enfrentar al verdadero opresor.
Sartre y Fanon coinciden en el hecho de considerar que el oprimido sólo encuentra una forma de curar esta neurosis: dirigir esa furia hacia el opresor. En efecto, la única manera en que el colonizado, en tanto prevalezca el sistema colonial, puede recobrar su humanidad es enfrentándose a quien lo oprime. Hay una frase de Sartre muy fuerte: “(…) terminar con un europeo es matar dos pájaros de un tiro, suprimir a un mismo tiempo un opresor y un oprimido: quedan un hombre muerto y un hombre libre (…)”[19]. Las palabras son duras, pero Sartre no se encuentra haciendo una apología de la violencia ni de la matanza de europeos. Lo que está diciendo es que el sistema colonial es un sistema que practica de manera cotidiana la violencia sobre los nativos. Bajo ese sistema de violencia perpetua, el colonizado sólo se reconoce a sí mismo como hombre cuando se presta a luchar contra el colonizador, dispuesto a matar o morir en esa lucha. En el momento en que se rebela, el colonizado deja de ser un objeto que pertenece al colonizador, para volverse su enemigo. La rebeldía del nativo, por su parte, causa el mismo efecto en el europeo. Al representar una amenaza para la vida de este, el colonizado deja de ser, a los ojos del colonizador, una mera cosa de la que el europeo es propietario[20]. Si el colonizado realiza un acto de violencia frente al colonizador, este “(…) no es una absurda tempestad ni la resurrección de instintos salvajes, ni siquiera un efecto del resentimiento: es el hombre mismo que se recompone”[21].
Se sabe que la Guerra de Argelia fue en extremo violenta. Hubo miles de muertes provenientes de ambos bandos. Los grupos de liberación nacional empuñaban armas y no tenían pruritos en utilizarlos frente a su enemigo. Con todo, tanto Sartre como Simone de Beauvoir, se diferenciaron de la mayoría de los intelectuales de la época, los cuales reclamaban un inmediato cese de fuego, ya que lo que ellos pedían era el retiro de Francia del territorio argelino. Ambos pensaban que, de concretarse la paz sin darse el fin de la ocupación francesa, lo que en verdad ocurriría es que se continuaría perpetuando la violencia contra los colonizados, lo cual, por otro lado, implicaría nuevos brotes de violencia de parte de estos. En efecto, para Sartre la violencia del colonizado frente al colonizador no es más que la respuesta a la violencia a la que él se ve sometido por el sistema colonial.
Como hemos visto, para Sartre, el colonialismo es un sistema cuya lógica implica, desde un comienzo, la violencia. Por lo tanto, la única forma de terminar con esta es que Francia y las demás potencias depongan sus políticas coloniales. Así también, reconoce que el fin del colonialismo traerá consigo algo más que el fin de la violencia: un nuevo tipo de humanismo.
El final del colonialismo significa el reconocimiento de los colonizados como hombres; y significa, también, el fin del humanismo basado en la deshumanización de los no-europeos. La contradicción humanista entre lo universal y lo particular se resuelve con la humanización de los sub-hombres. Sartre observa que, con el alzamiento de los pueblos del tercer mundo frente a las potencias, se inicia un nuevo momento en la historia humana. Hasta principios del siglo XX, el sujeto histórico era Europa[22]. Los demás pueblos eran, o bien, espectadores pasivos, o bien, herramientas útiles para los europeos. Sin embargo, Sartre indica que su siglo mostraba un cambio. Con respecto al libro de Fanon dice: “(…) el tercer mundo se descubre y se habla por esta voz”[23]. El tercer mundo comienza a hablar su propia voz, a decir sus propias palabras; comienza, en fin, a ser sujeto de esa historia que lo negó por siglos.
Precisamente, las últimas palabras de Sartre en el prólogo a Los condenados de la tierra anuncian este cambio. “Pero esto, como se dice, es otra historia. La del hombre. Estoy seguro de que se acerca el tiempo en que nos uniremos con los que la hacen”[24]. El “nos” hace referencia a los europeos, es a ellos a quienes Sartre les habla y a quienes les advierte que sus días como sujetos hegemónicos de la Historia están contados. Ahora, la historia la comenzarán a hacer otros: los oprimidos. Sin embargo, la acción de estos también liberará a los opresores. Sartre señala que la relación “oprimido-opresor” reifica también a estos últimos, ya que cuando la humanitas de la que se hace gala se basa en la deshumanización de los otros, dicha humanitas no es más que una farsa. El verdadero humanismo sólo puede implicar a toda la humanidad.
Conclusión
Para Sartre, el colonialismo es un sistema. Esto significa que no se trata de azares ni de simples políticas aventureras. Se trata de un momento de la expansión capitalista, momento necesario en la búsqueda de nuevos mercados en donde las potencias puedan insertar sus productos y, a la vez, obtener materias primas con mano de obra barata. Por su parte, dicho sistema se basa en la deshumanización de los nativos. Sartre se da cuenta de la contradicción que esto conlleva. Las potencias europeas proclaman un humanismo universal que contradicen en los hechos. Aún más, el humanismo europeo y liberal se asienta materialmente sobre las riquezas obtenidas por el colonialismo. El proceso colonial se inicia con la violencia, y se mantiene también con la violencia. Hasta que llega un punto en que los colonizados reaccionan y contestan a la violencia con más violencia. Este círculo vicioso sólo puede concluir con la liberación de los nativos y con el reconocimiento de estos como seres humanos.
Por nuestra parte, creemos que los temas expuestos son de una importancia fundamental en dos aspectos. Por un lado, son necesarios para la comprensión cabal del pensamiento de Sartre. El estudio de las obras de “situación” es fundamental para el conocimiento de la obra sartriana. Si bien hay un “olvido” general de Sartre, aún más “olvidados” están este tipo de textos. En este sentido, es importante señalar que no hay una división real entre el Sartre académico o literario y el Sartre comprometido. El corpus sartriano es una totalidad, en donde cada elemento se encuentra íntimamente relacionado con los otros. Por otro lado, consideramos que lo dicho por Sartre es fundamental para la comprensión de nuestra contemporaneidad. Si bien él habla de la situación argelina, muchos de sus análisis siguen estando, hoy día, vigentes. Hay un “tercer” mundo y un “primer” mundo; el sistema colonial (tal vez de manera más velada) se sigue manteniendo; existen opresores y oprimidos; la lucha de los pueblos por su liberación se mantiene de pie.
Por último, queremos hacer mención del libro de José Pablo Feinmann La filosofía y el barro de la historia. En este texto, el autor dice que en el prólogo de Los condenados de la tierra de Franz Fanon, Sartre realiza una verdadera revolución filosófica: la descentralización del sujeto europeo. Si bien el concepto de descentralización del sujeto va a ser puesta de moda en la filosofía francesa de los ´70, de la mano de Foucault, Derrida, Deleuze, etc., esta descentralización sigue pensando en Europa como centro del mundo. Para Feinmann, estos filósofos descentralizan al sujeto pero ese sujeto descentralizado continúa siendo el sujeto europeo. Es decir, el pensamiento sigue teniendo como único objeto a Europa. Lo que hace Sartre es mucho más radical. El autor de La nausea, no habla de una descentralización del sujeto, sino de un nuevo sujeto histórico: el sujeto del tercer mundo. A diferencia de Foucault y demás, Sartre no sostiene la muerte de la historia, sino el nacimiento de una nueva historia que tendrá, por primera vez, a los oprimidos como actores principales. La Nueva Historia será la Historia de los pueblos en su lucha por la dignidad humana.
Bibliografía:
- Jean-Paul Sartre, Colonialismo y neocolonialismo, Losada, Buenos Aires, 1968.
- Sartre, Jean-Paul, Problemas del marxismo I, Losada, Buenos Aires, 1966.
- Sartre, Jean-Paul, Problemas del marxismo II, Losada, Buenos Aires, 1966.
- Sartre, Jean-Paul, Crítica de la razón dialéctica, Tomo I, Losada, Buenos Aires, 1970.
- Sartre, Jean Paul, El existencialismo es un humanismo, Folio, Barcelona, 2006.
- Merleau-Ponty, Maurice, Humanismo y terror, Leviatán, Buenos Aires.
- Feinmann, José Pablo, La filosofía y el barro de la historia, Planeta, Buenos Aires, 2008.
[1] Es indudable que muchas de las tesis aparecidas en la Crítica de la razón dialéctica aparecen esbozadas en este tipo de textos, donde Sartre se esfuerza en pensar acontecimientos políticos concretos, lo que le lleva rever algunas de las tesis expuestas en obras anteriores como El ser y la nada.
[2] Jean-Paul Sartre, Colonialismo y neocolonialismo, Losada, Buenos Aires, 1968, p. 58.
[3] Ibíd., p. 21
[4] Muchas de estas tácticas fueron luego imitadas, por varios luchadores contra la "barbarie", incluso en América Latina. El caso de Sarmiento en Argentina es un claro representante de estos métodos, cosa que se evidencia en los elogios realizados por la decapitación y luego exhibición en la plaza pública de la cabeza del caudillo federal "Chacho" Peñaloza. El planteo era que al fuego se lo debía combatir con fuego y a la barbarie con la barbarie.
[5] Colonialismo y neocolonialismo, p. 24.
[6] Ibíd. , p. 22
[7] Ibíd., p. 33
[8] Ibíd., p. 31.
[9] Ibid., p. 122.
[10] La tesis aparecida en El existencialismo es un humanismo difiere radicalmente de este esquema. Sin embargo, en el presente trabajo no haremos ninguna comparación con esta conferencia dada en 1945 ya que es algo que va más allá de nuestro actual objetivo.
[11] Colonialismo y neocolonialismo, p. 121.
[12] Ibíd., p. 122.
[13]Ibíd., p. 127
[14] Ibíd., p. 126.
[15] En su texto Humanismo y terror (1945), Merleau-Ponty señala lo mismo que Sartre. El co-fundador de Les temps modernes observa que el liberalismo pregona un humanismo universal mientras él mismo “(…) se asienta sobre el trabajo forzado de las colonias y sobre veinte guerras” (p. 32).
[16] Colonialismo y neocolonialismo, p. 131.
[17] Ibíd., p. 135.
[18] Ibíd., P. 128.
[19] Ibíd., p. 132.
[20] En ese sentido, es indudable la influencia que ha tenido, tanto para Sartre como para Fanon, la lectura realizada por Kojeve de la dialéctica del amo y del esclavo de la que Hegel hablaba en la Fenomenología del espíritu.
[21] Colonialismo y neocolonialismo, p. 132.
[22] La filosofía de la historia de Hegel es uno de los ejemplos más claros de esta concepción. Para el filósofo alemán, ni los africanos, ni los americanos tenían historia. La Historia sólo la hacían los europeos ya que eran los únicos que tenían Espíritu.
[23] Colonialismo y neocolonialismo. p. 123.
[24] Ibíd. p. 139.
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